17 de enero de 2014

lo llevaban en brazos


Lucía y Natalia se habían hecho amigas y ahora cuchicheaban en el banco cada vez que podían. Lucía iba sintiéndose más cómoda entre sus compañeros; las caras alguna vez desconocidas comenzaban a formar parte de un entorno familiar y le daba cierta calma ya poder relacionar las voces, alguna u otra característica y los nombres de los chicos que la rodeaban. Cada vez que la llamaban Lucía, o mejor Lu, una alegría secreta le subía por las orejas.
Natalia era, de todos, su amiga más cercana. Ese día durante el recreo, Mariano le había pedido de ser novios y ella no lo podía creer. Mariano era lindo y tenía un hermano en la secundaria. Cuando se acercó en el recreo a hablarle, Natalia se puso colorada y Lucía tuvo que hacerse la que iba al baño para dejarlos solos. También para ocultar los celos que le daba que su amiga estuviera recibiendo tanta atención. El baño tenía los techos bajos y un olor terrible, incluso a la mañana cuando todavía los chicos no lo habían usado. Lucía se encerró en uno de los cuartos de baño y se sentó sobre la tapa del inodoro.
Recién cuando sonó el timbre y volvieron al banco, pudieron hablar. Con las caras apoyadas contra la madera, Lucía escuchaba el susurro de Natalia mientras le contaba su historia. De fondo, la voz fuerte de la señorita Patricia dificultaba la fluidez en la conversación
-¿Y vos qué le dijiste?
-Que lo iba a pensar porque había otras chicas del grado que gustaban de él
-¿Quiénes?
-¿Vos no?
-¿Yo? No
-¡Lucía y Natalia Furlanetto, separan sus bancos ya mismo! No lo vuelvo a decir
Y así, en un segundo, la señorita Patricia destruyó lo que a Lucía le había costado semanas construir. Agazapada contra la pared, arrancó una hoja de su cuaderno y se dispuso a continuar la charla como fuera. Empezó a escribirle a su amiga con fervor, se sumergió en el mundo de sus propias palabras, de las letras sobre las líneas del papel. La interrumpió la mano de la maestra sobre su hombro
-Dame ese papel
-Pero
-¡Damelo!
Lucía dobló el papel y se lo entregó. Un calor tremendo le subió a la cara mientras veía cómo se lo guardaba en el bolsillo del delantal. Mil partículas de polvo volaron fuera del bolsillo mientras el papel ocupaba su lugar, Lucía los vio revolverse por el aula llevando una luz siniestra y sospechosa, como prueba de lo que iba a venir. La maestra dio un golpecito sobre su bolsillo
-En un rato la voy a leer. Y Lucía deseó que la tinta se volviera invisible.
El fin de semana fueron a lo de la abuela Celia. El calor de marzo hizo que los papás decidieran frenar en el camino para tomar un helado. Parada debajo de la barra, mirando la gran cartelera que exhibía los gustos, Lucía pensaba qué iba a pedir.
Ya todos tenían su helado menos Lucía:
-Vos sabes que no te corresponde pedir helado
Cuando subieron al auto, Anita chupaba su helado provocando. Lucía hubiese querido abrirle la puerta y empujarla, no verla nunca más. Había pedido los sabores que a ella le gustaban, derramaba lágrimas de enojo
-La próxima vez que quieras tomar un helado, pensá antes de escribir que la maestra es una hija de puta

1 comentario:

lasmalaselecciones dijo...

qué maestra hija de puta.