11 de julio de 2009

Estimadísima Doña Agata:
¿Cómo le va? Yo estoy muy bien, me mudé al barrio del Abasto con Raúl (no se si aún recuerda a mi pareja, el que me acompañaba siempre a la puerta de su escuela por la mañana). El departamento es cómodo y me queda cerca de los trabajos. ¿Y usted? ¿Sigue perfeccionándose en Francia? ¡La de cosas que debe estar aprendiendo!
Me tomo el atrevimiento de escribirle, porque durante nuestros cursos juntas (que aun recuerdo como los mejores aprendizajes de mi vida profesional), usted insistió que si alguna vez necesitaba algo, lo hiciera. Y ahora es el momento de pedirle muchos consejos, creo que usted es la única que puede iluminarme con su inmensa sabiduría y guiarme en estas difíciles decisiones de mi profesión.
Estoy atrapada, Agata, ¡Atrapada!
Hace unos meses, la vida me abrió caminos. Yo lo venía sintiendo, las uñas me crecían más rápido y el gato estaba nervioso. Eran asuntos de dinero, sin duda. Pero como no sucedía nada (y yo esperé doña, esperé, esperé y esperé) finalmente caí en una bajeza innombrable. Empecé mirando de reojo a las sobras de mis tazas de café cuando iba a lavar los platos. Nada que no le haya sucedido a cualquiera en nuestra profesión. Pero me di el permiso, y me leí la borra. Y, ¡oh, discúlpeme doña Agatha!, a las pocas horas, leí mi palma. Entonces se desató el monstruo: las cartas, el péndulo, las visiones, el oráculo. Caí en todo tipo de vicios, violé la norma número uno de su escuela ¡leí mi propio futuro!
Doña Agatha, se que debe estar profundamente desilusionada, pero trate de comprenderme. El futuro se veía brillante. Decía ahí, bien clarito, que Raúl me ofrecería ponerme el negocito acá, en el Abasto, con luces de neón, Agatha, las luces de neón que brillaban “Lorena Lopez, vidente, astróloga, tarotista”. ¡Y que la beca para el curso de amarres me iba a salir! ¿se puede imaginar?¡ Las puertas que se me abrirían!
¡Ay! Doña Agatha, si hubiera visto mi ilusión, si hubiese podido sentir mi corazón palpitar. No tuve más remedio que salir de casa e ir de compras, compré de todo, ¡despilfarré como si no hubiera mañana! Agatha, porque todo esto me iba a traer un dineral, y ya no me iba a tener que andar cuidando con no comprarme ésto y aquello…
Pero claro doña que usted tenía razón. Fui una necia en desobedecer las enseñanzas de su experiencia. Nunca tendría que haber aplicado mis poderes a mí misma, me deje llevar por el dulce sabor de las posibilidades. Y ahora, doña Agatha, no sólo no ha sucedido ni una de las cosas que mi destino me deparaba, sino que he puesto a Raúl en deudas que no puede pagar, y como si fuera poco, doña, me sonrojo al decirlo, y se me llenan los ojos de lagrimas… creo que he perdido mis habilidades. Dos o tres clientas ya no me frecuentan. He cometido serias equivocaciones, una perdió 12 mil pesos por un número al que yo le recomendé apostar, doña Agatha, ¡amenaza con hacerme una demanda! ¡Como si mi desgracia fuera poca! Las horas se pasan lentas en la Plaza Francia sin clientes, y veo que además las que saben otros idiomas se llevan a los clientes extranjeros, si viera doña Agatha, el dineral que gastan, se hacen leer las palmas, tirar las cartas, todo el combo. ¡Tendría que haber hecho aquel cursito de inglés que ofrecieron en su escuela!
Ay doña Agatha, espero no esté lo suficientemente ofendida conmigo como para no contestar a mis plegarias. Recuerde que alguna vez fui su alumna prodigio, su mano derecha. Usted me dijo que yo tenía un don especial y distinto a cualquier otro en nuestro oficio. Espero que encuentre en su corazón y su inmensa sabiduría la manera de ayudarme.
La saluda desesperada, pero aun con esperanzas,
Lorena Lopez.

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