22 de marzo de 2011



existen palabras para hablar del pasado. yo tengo la palabra sur, y si me preguntan: más al sur. al sur hasta el fin del mundo. ahí quizás recién, con reparo, encuentre algunas palabras más.
algunas que expliquen una humildad que me tomó tiempo comprender y una libertad que nunca me costó abrazar.
algunas palabras que intenten y con fuerza contar historias de tostadas hechas sobre la estufa, de tardes jugando con piedritas y barro, del olor de la casa de mi tía marta o de los llantos al partir. hay otras cosas que no tienen palabra, como ciertas caras, y mejor que nunca la encuentren; existe allá también lo que no se puede nombrar.
busco raíces y no las reconozco, no hay dónde enraizar. el sur tiene sabor a mi primer amor a una familia infinita a la raíz que escapa y escapa. un gusto de comida casera y de cariños que nunca se iban a acabar. el sur es la lejanía y tantas lágrimas de nena a escondidas, es la soledad de mi vida y el miedo a la oscuridad, mis ganas de moverme de hacerme arena de escapar. es mi corazón hecho isla. bien al sur está mi desolación y todo aquello que no puedo abandonar; en una caja, entre montañas y rodeado de agua, como si fueran todas las lagrimas del mundo.
también, el sur también, tiene sabor a silencio y dolor. el sur es lo que no nos decimos, lo que nos hace insomnes y nos separa. el sur es –quizás- exactamente eso: una distancia -mía e incorregible. es aquello que nadie pudo llegar a entender -ni siquiera él- porque justo cuando casi, ya se nos acababa el tiempo.

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