12 de abril de 2011

Mr. Burmieniter llegó algunos minutos antes de lo pactado. Nosotras, desde adentro, ya lo presentíamos e incluso llegábamos a oír su respiración al otro lado de la puerta; los nervios tienen la bondad de agudizar los sentidos. El esperó y nosotras esperamos a que pasaran aquellos minutos que nos separaban del horario pactado. Transcurrido el último segundo, Mr. Burmieniter hundió su dedo en el timbre y la campanada inundó la casa, estropeando el momento de delicadeza. Abrí la puerta pensando en que no había preguntado quién estaba al otro lado. Era Mr. Burmieniter. Lo invité a pasar con un gesto de mi mano derecha; no hubo reacción. Supuse que estaba esperando a que yo entrara en la casa para venir tras de mí y ser él quien cerrara la puerta. Eso era todo: yo había perdido el control sobre la situación, tuve que acompañar aquella danza guiada por Mr. Burmieniter y luego preparar los mates en la cocina, pretendiendo que nada había sucedido.

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