2 de mayo de 2011

get a rhythm when you get the blues

Me desperté esa mañana en la cama grande, destapada y rodeada de piernas. El lugarcito donde él había dormido tan apretado a mí estaba vacío. Afuera ya corrían las líneas de colectivo y yo deseando que nadie en la casa tuviera reloj. Después, recorriendo los laberintos de mi mente, reconociéndome poco a poco como si volviera a la vida, acariciando con fuerza mi cara intentando recordarle sus formas tras largas horas de descanso, sentí la calidez de los besos que nos habíamos dado entre sueños durante la noche con los ojos bien cerrados, sin poder saber a ciencia cierta quién los recibía pero dejándolos ir y venir. También sentí la calidez de las caricias sobre nuestros cuerpos dormidos y el calor y la fina capa de agua dulce que cubría mi cuerpo que se había ido a dormir con frío y amanecía abrigado de abrazos y luz del sol.
Salí de la cama con delicadeza, los demás todavía en el misterioso mundo de los dormidos. Fui hacia la puerta cerrada consumida por el miedo de no encontrarlo del otro lado; ¿ya lo había perdido de nuevo? Tantas otras veces había sucedido.
No, no. Ahí estaba él; en la cocina, barriendo el piso. No lo entendía, pero tampoco me importó mucho. Se me acercó y con la risa en la boca y el amor en la mirada, me dio un beso. Sonaba una musiquita alegre como el momento del amor y aquella voz decía: mmmm get a rhythm, when you get the blues, mmmm. Y yo lo tenía ahí, tan cerca, tan mío, tan presente por un instante, también me sonrió la boca y el amor se me fue a los ojos. Ahora bailábamos por la cocina a los besos y riéndonos como locos, mmm get a rhythm y un bajo que latía como nuestro corazón. Eramos nosotros y aquel momento estaba atado a la fugacidad que nuestra participación le imprimía.
Me abrazó fuerte y me apretó la boca como si hubiera querido darme un beso para siempre. Fue entonces cuando me di cuenta de que aquel momento era un umbral. Él estaba ahí entero, dejando en mí todo lo que tenía para dar, soltando lo que en tantos momentos se había esforzado por guardar. Era un umbral, como ya había habido otros a lo largo de los largos años que hacía desde que nos conocimos. Y como los tantos otros, iba a terminar. Íbamos a volver al trato frío y a los chistes y al no querernos nada. Pero ahora estábamos ahí y yo tenía licencia para hablarle y mirarlo con tanto amor como quisiera.
Me apretó la cintura y me levantó en sus brazos, lo rodeé con mis piernas que eran suyas y el beso para siempre siguió su curso, como si pronto se fuera a acabar.

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