10 de junio de 2011

cap VI

Aquellas cosas terminaban siempre en nuestras manos porque la abuela no se encontraba en condiciones de comer cualquier cosa o de fumar cualquier cosa. Creo que era una de las razones secretas por las cuales no enviábamos a la vieja a un asilo: todos aquellos lujos gratuitos que terminaban en nuestras manos como por obra del Señor.
Por supuesto que era mamá quien decidía quién se quedaría con qué. Justo unos días antes de que llegara un gran envío, había sido abandonada por mi padre, que se había ido con una mujer con un espíritu mucho más ligero que el de ella; entonces yo no protestaba y dejaba que en la repartija me tocara siempre alguna porquería que más que un regalo parecía una desgracia. La caja vacía de los habanos luego de que mamá se los terminara; la podría usar de alhajero o de alcancía. O la bolsa donde venía la botella de whiskey escocés; la podría utilizar como bolsa para ir al súper. Siempre me carcomía por dentro la ansiedad de que terminara de dar opciones estúpidas para el uso de productos absolutamente desechables, sentía que no podía escuchar una palabra más, que la rabia me estallaría la voluntad por dentro y me obligaría a lo peor.
Con el tiempo, cuando sus aventuras telefónicas ya habían sido descubiertas, cuando su historia ya había salidos en noticieras de cuatro o cinco países y hasta ya había tenido algunos admiradores que intentaron imitar sus andanzas con mucho menos éxito, mi abuela enloqueció. Un día nos dijo que a partir de entonces solo hablaría con la diputada nacional Margarita Stlovizer, se encerró en su casa y no volvió a hablar con nadie. Con mamá no sabíamos qué hacer porque aunque papá se había ido y ya nadie se encontraba relacionada directamente con aquella anciana, temíamos que algún vecino nos acusara finalmente con la policía y tuviéramos que hacernos cargo de un caso de homicidio. Hasta entonces siempre nos había cortado el teléfono al escuchar nuestra voz, pero ese día mamá tuvo un brillante plan:
-Hola señora, aquí le habla Margarita Stolvizer. ¿Cómo se encuentra usted?
Entonces la abuela le contó una historia tristísima de desamor y soledad y Margarita le rogó que tomara el antidepresivo, guardara el arma y se fuera a dormir.

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