14 de junio de 2011

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Héctor comenzó a venir cada vez más temprano y a irse cada vez más tarde. Yo esperaba su visita con ansias, sobre todo porque durante la espera no podía parar de ir al baño a mirarme cómo estaba vestida, cómo estaba peinada, qué olor tenía mi aliento. Una y otra vez realizaba la misma rutina, con el corazón lleno del vértigo de saber que en cualquier momento sonaría el timbre y sería él. Siempre abría la puerta yo. A mamá no le gustaba abrir la puerta: -Los vecinos siempre esperan el momento para echar una mirada a la casa, decía. Yo creo que lo que los vecinos miraban en realidad cuando mamá abría la puerta era la pinta de mamá. Llevaba siempre el pelo revuelto, la piel pálida, las pantuflas viejas casi sin suela y la misma bata cuadrillé que usa desde el día en que nací. En la escuela primaria hicimos alguna vez un álbum fotográficos de la ida de cada alumno; en el álbum iba una foto de cada año de la vida de cada niño con su familia. En la mitad de las fotos de mi álbum faltaba papá, pero en todas mi madre llevaba su bata.
De todas maneras; yo abría la puerta a Héctor. Siempre deseaba con mucha fuerza que mamá durmiera todavía un rato más así podía quedarme un rato a solas con Héctor. Entonces hablaríamos del día y los pajaritos que cantarían en la ventana. La mayoría de las veces mamá se encontraba despierta, curando sus males con estricto reposo en su habitación. Héctor la consentía en todo; le traía ramos de flores que él mismo se encargaba de poner en el florero con agua y unas gotitas de lavandina, iba con ella a hacer las compras y llevaba el coche para que no tuvieran que cargar las bolsas a la vuelta. Podía decirse que aquel hombre fue lo único realmente bueno que le sucedió a mi madre en su vida entera. Y ella en algún punto lo sabía; hasta había comenzado a usar menos aquella bata escalofriante. Ahora se la podía encontrar apropiadamente vestida incluso en los días de entrecasa.
La primera rutina construida con Héctor en la casa consistió en que él visitaba los lunes y viernes nuestra casa y mamá se quedaba los miércoles en casa de él. Pasados un par de meses comenzó a venir a casa también los martes, y más adelante hasta venía los domingos. Un día trajo un equipo de música y un montón de compacts. Había de música clásica, de ópera, y hasta alguno de los Beatles. Mama y yo éramos amantes de Los Beatles; ella solía decir: -Mi reino por poder cocinarle una cena a Paul o plancharle las camisas a John. A mí aquello me despertaba curiosidad porque mamá no sabía cocinar y nunca jamás planchaba; aquellas eran solo un par de las muchas tareas que yo tenía en el hogar. Me preguntaba qué significaba para ella cocinar o planchar. Solíamos escucharlos en la radio durante el desayuno, pero papá se había llevado el reproductor cuando se había ido de casa, dejándonos sin la música. Ninguna de las dos propuso comprar uno nuevo, simplemente nos adaptamos a aquel cambio.

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