4 de agosto de 2011

paraíso

giró dos veces la llave, la retiró de la ranura y pegó una agraciada media vuelta que lo colocó de inmediato en aquel mundo de humo negro y ataques inesperados.
recordó el dia anterior, cuando también había estado allí. había vuelto a casa tarde y aturdido, sentía, sobre la piel, una máscara de mugre y, en las entrañas, la incomodidad de haber dejado el hogar.
aquella vez el ritual de la llave había sucedido de afuera hacia adentro y la media vuelta de bailarina lo había posicionado de cara a las escaleras de su casa. encaró el ascenso con una velocidad semejante a la pasión; con cada escalón crecía la certeza del triunfo.
llegó a la cima y empezó a quitarse la ropa como si estuviera prendida fuego. se desabrochó el pantalón y sintió que respiraba por primera vez en el día, desenrolló la bufanda que lo había amenazado de muerte durante horas y poco a poco la claustrofobia empezó a ceder.
entró al baño desnudo y sentir la losa helada bajo sus pies lo hizo pensar en campos blancos de hielo o quizás algodón. abrió la canilla y sumergió sus manos; el agua caía negra y lo hipnotizaba como si por aquellos pequeños agujeros se fuera escapando, poco a poco, toda la porquería del día. lavó su cara también y al secarse con la toalla dio un respiro profundo. la tela olía como los picos de los Alpes. desconocía la referencia pero confiaba en los fabricantes de aromas para el hogar. se dio las gracias por aquellos detalles, nunca se animaba a oler toallas que no fueran las suyas.
apagó la luz del baño y entró desnudo en su habitación oscura. eso le gustaba: intuir la presencia de los objetos, sentirlos dispuestos por el espacio como una compañía ciega y silenciosa.
llegó al borde de la cama y se zambulló en ella como un nadador olímpico. no pudo evitar ser un ave flotando apacible entre las nubes de un cielo nevado: las sábanas estaban frías y le daba gusto saber que sería su propio calor el que terminaría dominando aquel cielo.
apoyó la cabeza sobre la almohada y sonrió. deshizo el gesto y quiso pensar en que no tenía cara y podía prescindir de cualquier esfuerzo muscular.
respiró hondo y dejó de ser él para ser una hoja que cae del árbol lenta en un otoño o una ola perdida en el medio del océano donde nadie vive y nadie ve.

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