10 de septiembre de 2011

las casas

Fuimos vaciando las casas; primero les quitamos la música y luego la voz. Fuimos yéndonos uno a uno, al principio con esfuerzo y luego tan natural, como si nunca las hubiéramos habitado. Fuimos vaciándolas: de historias, de libros, de amor. Comenzamos a ignorarlas, a quitarles lo que era de ellas, como la infancia o algunos cumpleaños o los juegos. También el dolor, lo quitamos todo porque nadie quiere encontrarse con esas cosas al entrar a una casa. Las naturalizamos vacías, frías y misteriosas; esperando quién las llene, quien reviva lo que ya no es. Sacamos las miguitas de la estufa donde habíamos hecho tostadas las mañanas de invierno fueguino, derretimos la bandeja donde le habíamos llevado el desayuno a la cama a papá y mamá en el día de la madre. Nos deshicimos de todo lo que ya no servía: un ventanal que mira a una bahía, un patio testigo de largas noches, una pila de cosas que habían sido intocables. Las carpetas firmadas por abogados, con recortes de diarios y fotos nuestras, viejas y amarillas, todos los papeles que forraron las paredes, nuestros juguetes. Tuvimos que vaciarlas después de abrazos y peleas, de jazmines en flor, de risas y bailes.
Cerramos todas las puertas de todas las casas. No sé por qué nunca quisimos volver atrás, quizás ya intuíamos que mejor sería cerrar fuerte y nunca retroceder. 

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