27 de noviembre de 2011

asi me cueste la vida

-Disculpe, señor, disculpe, permiso.
Marcela se iba haciendo espacio entre los cuerpos de mil devotos que aquella mañana se habían empilchado y perfumado para asistir a misa. La gente estaba molesta y el contacto con el cuerpo sudado de la mujer que empujaba los irritaba aún más. Aquella mañana la iglesia festejaba su tercer mes de éxito rotundo entre los vecinos del barrio: sus misas eran las más concurridas en la historia de la ciudad, las confesiones se habían triplicado en la zona y hasta había lista de espera para los niños que anhelaban meterse de monaguillos.
A los fieles se les empollaba la piel oyendo historias de bolas y luego lenguas de fuego que bajaban del cielo para agitar los espíritus, las viejas se afiebraban presas de poderosos delirios místicos. Al haber multiplicado el poder de su fe, los practicantes habían duplicado sus esperanzas de que sus deseos se cumplieran y con ellas, la voluntad de ir a pedirlos a Dios.
Había mujeres que iban a pedir por los estudios de sus hijos, hombres que pedían por su equipo de fútbol, niños pidiendo por dinero para sus padres, abuelas pidiendo por sus nietos, adolescentes por amor, señores por trabajo.

Nada va a separarme de mi Raúl
Nada va a separarme de mi Raúl
Nada va a separarme de mi Raúl

Los pensamientos eran tan fuertes que casi podían oírse por sobre los murmullos de la iglesia. Marcela llegaría a primera fila así le costase la vida.

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