4 de diciembre de 2011

lo mismo da que sea de noche

Aquella noche soplaba un fuerte viento y ladraban, todos a la vez, los perros del barrio. Los vecinos habían comenzado por incomodarse levemente en sus camas, manifestándose con un imperceptible carraspeo o un tic nervioso.
Cuando había pasado una media hora desde el comienzo del alboroto, algunos no tuvieron más remedio que levantarse de la cama, creyéndose víctimas de alguna pesadilla pero descubriendo, tras algunos segundos de reconocimiento, que eran perros de verdad los que ladraban y en la vida de verdad. Aquel era el ladrido del perro del vecino, Coco, el agudo molesto era de Rafa, el perro de la esquina; los ladridos de la cuadra eran reconocibles en mayor o menor medida, luego llegaban los ecos de los ladridos lejanos, los que provenían de perros de otras cuadras y quizás hasta de barrios distintos. Pero había también otros ladridos, más inquietantes, que viajaban cargados con un llanto lejano, como del centro rojo y caliente de la tierra, y que parecían salir de los agujeros de entre las baldosas, las cañerías del baño y las bocas de los rostros de las fotografías. Las primeras en levantarse habían sido, en su mayoría, mujeres. Las mujeres son muy sensibles a muchas cosas, entre ellas el ruido y la fantasía. 

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