31 de enero de 2012

el pez

Había empezado el juego porque había encontrado un parecido muy grande entre Patricia y una actriz de la tele. Entonces empezaron a buscar parecidos por todos lados, a comprar revistas de chimentos y desempolvar viejos álbumes de fotos para comparar fisonomías, colores de pelo, tipos de mandíbulas.
No encontraron muchos parecidos: dos o tres más o menos acertados y el resto fue en picada, las similitudes cada vez más remotas y subjetivas.
Se había establecido de alguna manera que todo el tiempo debía estarse jugando a algo, lo que fuera. Los juegos nacían, uno detrás de otro, se desarrollaban hasta su punto de máxima tensión y luego morían, dando lugar a una nueva idea, que, casi siempre, surgía como una ola, consecuencia de la anterior.
Fue justo después del juego de las similitudes con los famosos que nació el de la similitud con bichos y animales. La evolución del juego proponía más variedad de comparantes y, por ende, más posibilidades de parecido. Encontraron un elefante, un mosquito, una libélula, un pelícano y, lamentablemente, un pez.
Joaquín era el pez, fijate vos ¡qué mala suerte!
Esa semana yo me la había pasado teniendo sueños sobre asesinatos: siempre era yo la asesina. La culpa me hacía dormir mal. Una de las últimas noches antes del drama del pez, soñé con un avión, otro país y un hombre muerto en mis manos. No recuerdo el cuento, pero siento la culpa crepitando bajo mi piel. 

Y así empieza todo, uno comienza a destejer con fineza todo lo tejido, la estrecha fibra de lazos y entrelazos.

Dije: destejer con fineza, como si se tratara de finos hilos de oro;
de descubrirlos, milímetro a milímetro.
Yo no dormía y el pobre Joaquín era, de repente, el pez.

El día que descubrieron el parecido de Joaquín era el día número cinco de juego. Ya estaba por terminar, agotándose, cuando una mañana de inspiración y de grandes hallazgos le dio un último empujón, llevando al juego un poco más lejos de los que habíamos esperado. Aquella mañana descubrieron la cara de pez de Joaquín.

Por la noche fuimos a una fiesta:
-No es de buen gusto ponerle a los hijos de uno segundo nombre, la voz de la anfitriona que dirigía la conversación hace más de cuarenta minutos se desvanecía en mi cerebro, convirtiéndose en un hipnotizante que me trasladaba directamente a la imagen de una pecera, sucia, con tres peces nadando dentro, de un lado a otro. 

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