Coincidió,
también, en la noche estrellada, una hora en la que vos, tus manos y tus ojos y
yo y todo lo mío dijimos entonces. El viento te voló los zapatos y yo, yo
andaba sobre mi piel hace rato, te ví, te quise, ¿te lo dije ya? Todo lo demás
se fue rio abajo con la marea, digo, es que eran así tus ojos, ¿lo sabías? Tan negros
como la noche que coincidía conmigo en que nunca, jamás en la arena del tiempo
había traído el viento unas manos así, como las tuyas. Adonde vayas, digo de veras,
no podré más que encontrarte con el sueño, encima como una nube, de que tus
manos se dibujen sobre mí, para siempre como la caricia del viento sobre la
arena del mar.
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