12 de junio de 2012

felisberto hernandez

Pero yo los recuerdo a todos y con ellos he crecido y he cruzado el aire de muchos tiempos, caminos y ciudades. Ahora,cuando los recuerdos se esconden en el aire oscuro de la noche y sólo seenciende aquella lámpara, vuelvo a darme cuenta de que ellos no mereconocen y que la ternura, además de haberse vuelto lejana tambiénse ha vuelto ajena. Celina y todos aquellos habitantes de su sala memiran de lado; y si me miran de frente, sus miradas pasan a travésde mí, como si hubiera alguien detrás, o como si en aquellas nochesyo no hubiera estado presente. Son como rostros de locos que hacemucho se olvidaron del mundo. Aquellos espectros no me pertenecen.¿Será que la lámpara y Celina y las sillas y su piano están enojadosconmigo porque yo no fui nunca más a aquella casa? Sin embargo yocreo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otraspersonas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soyotro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él miradodesde mí. Me he quedado con algo de él y guardo muchos de los objetosque estuvieron en sus ojos; pero no puedo encontrar las miradas queaquellos «habitantes» pusieron en él.


 no se pierdan leer este cuento tan hermoso: el caballo perdido.

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