2 de septiembre de 2012

belgrado

2/9/2012
para milica mesterovic  Nada, en idioma serbio, quiere decir esperanza. Nada llevaba veinte polleras una encima de la otra. Las veinte polleras de Nada formaban volados que bailaban sobre sus rodillas mientras caminaba en direccion a Belgrado. Llevaba el pelo largo por debajo de la cintura que se ocultaba en un rodete redondito y suculento, alrededor de la frente un panieulo floreado la resguardaba del frio.
Nada no sabia en que anio habia nacido y, por lo tanto, desconocia su edad. Sabia, sin embargo, que aun quedaban cincuenta quilometros para llegar a Belgrado y eso le tomaria unas siete o diez horas mas de caminata.
La noche se cerraba por encima de la tupida arboleda que cubria la ruta de tierra. Nada no pudo ver las luces del carro que se acercaba a sus espaldas. Tampoco pudo escuchar el ruido de las ruedas ni el llanto del bebe que llevaba a sus espaldas y acababa de desperarse.

recién cuando vio su propia sombra que se acostaba hacia adelante, Nada notó la presencia de los otros. el coche se detuvo al costado de la ruta. era un coche caro, de madera fina y adornado con pinturas de tiempos pasados.
se abrió la puerta trasera y a contraluz se recortó el perfil del doctor mesterovic:
-¿hacia donde camina, buena mujer?
Nada ignoró la pregunta, la detención del auto, el llanto del niño, el correr del tiempo y el movimiento del mundo. siguió caminando con su determinación de homiga.
-¿podría alcanzarla hacia algún lugar?, insistió el doctor. Nada.
Mesterovic entonces bajó del carro y tomó a la mujer por el hombro, dándose cuenta en el acto de la presencia del niño.
Nada giró sobre su eje y clavó sus ojos rojos de gitana sobre la cara del doctor.
-Oigame bien, señor, a mí poco me importan sus pintas o su carro, yo no le conozco y no quiero conocerle, ahora ¡apártese de mi camino!
Lo empujó con fuerza y acto seguido, haciendo fuerza y ruido con su garganta, escupió un gran moco verde sobre la tierra que separaba los pies de ambos.
una hora más tarde, Nada roncaba sobre el hombro del doctor Mesterovic dentro del carro de interior azul. Este arrullaba al niño en brazos; ninguno de los dos dormía, sino que se miraban fijo a los ojos, como quien acaba de descubrir una maravilla. un nuevo planeta quizás, o las manos de quien se ama.
Cuando el carro llegó a Belgrado, los tres dormían encimados. Nada fue la primera en abrir los ojos. Le tomó un tiempo recordar lo que había sucedido, quién era ese hombre que llevaba a su niño en brazos, en qué momento había dejado de caminar y por qué. se sintió intimidada por el tercipelo azul y los ojos de los dibujos en la madera que parecían observarla. Quiso quitar al niño de entre los barzos del doctor sin despertar a ninguno de los dos. Primero abrió la puerta, saco el cuerpo del coche y estiró los brazos. Sostuvo la cabeza del niño y, de entre el acurrucamiento, pudo estirarle un bracito. tiró un poco, pero el cuerpo no cedía ante el abrazo del doctor. Tiró un poco más y con más fuerza, nada.
Entonces pensó en marcharse y dejarlo ahí. Pensó en averiguar sus años, recordar su vida y luego morir a orillas del Danubio. Pensó en desgraciarse, en buscar a Pedro, el amor de su infancia, y contarle todo lo que había sucedido desde aquella última vez en que lo había visto; pensaba en decirle y luego morir a orillas del rio, pensaba en darle al niño una vida dentro de aquel carro de telas azules, quizás algún día staría en alguna de las pinturas, fruto de sus actos heroicos o de las riquezas que alcanzaría.

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