7 de enero de 2015



Pensé entonces que algún día, con tiempo, te contaría
sobre cuánto te extrañe en Tánger. Llovía entonces y
las ciudades con puerto son tan, pero tan tristes, como
las cosas que antes servían y ya no. Caminé por la ciudad

mirando, sobre el piso, las caras de los peces muertos

y las puntas de los zapatitos.
Es Tánger una ciudad oscura, llena de señoras con capa
y yo pensaba en tu madre y en su cara colorida y aquello
a través de sus ojos, donde siempre se veía llover.
Busqué quitarme las penas, no creas que no:
me escoltaron hacia las puertas de los bares
-No vendemos alcohol a señoritas
-Es que no soy señorita, soy un envase vacío
Te busqué en otros hombres
y todos me tomaron en serio y quisieron
casarse y tener mis hijos pero yo no quise con ninguno.
Tiempo hace ya en Tánger y te recuerdo tanto
que es como extrañarte hoy, desde acá. Llueve entonces
y yo me refugio en cualquier antro a leer con lágrimas
mientras un tipo me mira fijo buscando
descifrar.
Adentro no llueve
y tus palabras me llevan a un lugar
tan lejos de este cuarto húmedo poblado de hombres

que llevan por ropa vestidos, que no se ríen de Dios y de la muerte

como vos y yo,
en una ciudad cualquiera y fea de otro
donde llueve y todo se lee en árabe, tan lejos como
debajo de algún árbol en medio de alguna noche de verano.
Tanto te extrañé en Tánger
 que lloré con la lluvia camino a la pensión
cuyo único inquilino era yo
y donde me esperaba una pequeña pieza pintada de azul podrido
con una cortina llena de arañas, un suelo hosco y sábanas roídas
y nada más que yo, con las medias mojadas, sentada en medio
de los resortes de mi cama de pensión.

Te extrañé con la nostalgia posible, con un yunque en el alma

entre rezos a Alá, té con menta y bailarinas panzonas
te extrañé en la cama mugrosa
de aquel lugar perdido al que no he de volver, desde el aburrimiento
desde el cansancio desde la impavidez
te me apareciste, de repente, como una maravilla.

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