20 de mayo de 2015



Fumamos y comemos todo el chocolate que compramos. Oliver me habla de la megafauna, tema que a él le fascina y por el que yo lo vengo burlando desde Melbourne, haciéndome la que no le creo nada de lo que dice. Yo ya estoy lista para la peli, pero me ofrece que vayamos a caminar un rato antes por un camino que hizo a la mañana.
-¿A la mañana? ¿Cuando?
-Vos dormías.
-Nunca se si me mentís o qué.
-No, fui a hacer yoga, dale.
Armamos un porro, cargamos la botella de Oliver y nos vamos. Él va adelante, entusiasmado. Parece verdad que ya conoce el camino, no duda ni una vez. En la esquina, en vez de doblar a la izquierda como siempre, vamos para la derecha. Empezamos a subir por un camino más o menos empinado que se va cubriendo a los costados de verde. Sin darme cuenta, entramos en un bosque. La tarde está terminando, la luz se vuelve medio naranja. Yo voy con Oliver así que no pasa nada. Tiene puesto su buzo azul; acá, en la altura, de noche refresca un poco. Ya le ofrecí como cinco veces lavárselo. Él tiene la teoría de que los buzos no se lavan, están hechos para juntar suciedad. Supongo que a Catie no le molestaba esa teoría pero a mí me rompe las pelotas. No sé qué le cuesta a Oliver portarse un poco más normal. Lo entiendo, pero ni siquiera poner en remojo un buzo por un año me parece un exceso.
Caminamos un rato largo a través de árboles altos y llenos de hojas. La basura ya es parte del suelo, tapada de tierra se confunde con raíces o piedras. Llegamos a un mirador y Oliver frena. De la mochila saca la botella de agua y toma. La compró en Kathmandú, él, por ser empleado, tenía descuento. La botella es de metal, verde, grande y con una boca ancha. El agua siempre sabe rica tomada de ahí. Cada vez que tomo me vuelco en la remera, es muy grande para mi cara.
-¿Nos sentamos?
-Mejor acá
Me señala una roca con una parte chata. Nos sentamos ahí, uno al lado del otro. Ganamos algo de altura, vemos la pensión abajo, la subida al pueblo y un montón de verde alrededor, la ruta de tierra que se pierde en la nada. Quiero contarte algo de mí a Oliver. Es difícil haberlo conocido y seguir conociéndolo en este entorno ¿Cómo saber si lo que percibe de mi es real? Me cuesta definirme cuando lo que me rodea es tan diferente a lo que siempre me rodeó. Me encuentro con otros bordes, otras posibilidades más plásticas, más llenas de lugar. En la India soy la novia de Oliver y soy yo. Esto que decida hacer de mí acá. Entonces le empiezo a contar la historia de una amiga que tengo en Buenos Aires, que está embarazada y no sabe quién es el padre. Hace un año que vive con su novio al que no soporta, mientras tanto se agarra a todo cuanto se le cruza. Cuando me lo contó, le dije que abortara. No podía verla como una buena madre. Oliver se pone mal y cambiamos de tema, no le gustan los abortos y mucho menos los embarazos. El fantasma de Catie desciende desde la punta de la montaña sobre mí.
La vuelta se nos hace oscura, pero por suerte Oliver trajo una linterna que nos alumbra un poco el camino.

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