9 de junio de 2015


La española me sacude el hombro, llegamos a Kumili. Oliver y yo estamos adheridos el uno al otro. Hace un calor de muerte. Nos toma un rato salir del colectivo, se arma una fila de gente que tiene que ir sacando sus cosas. Somos los únicos tres con mochilas, una mujer se nos acerca con una carpeta en las manos. Tiene un sticker de terciopelo entre las cejas. Nos muestra las fotos de su pensión y como nadie tiene nada planeado ni visto, la seguimos. Es un largo camino al costado de la ruta para llegar hasta la zona más turística, cerca del centro. La pensión es enorme, el frente se despliega sobre la cuadra como un palacio marrón de azulejos brillantes. Tras los muros hay un jardín enorme que conecta muchas habitaciones. Cada habitación tiene su propio balcón y aire acondicionado. Yo paso de ambiente a ambiente maravillada, las hojas de la palmera casi se cuelan en la habitación. El lugar es hermoso. La española camina adelante charlando con el señor. Oliver va atrás, lo miro buscando su aprobación. Está en otra, ni pelota. Damos la vuelta por el patio, alrededor de una fuente con agua verde y tres hojas de loto flotando dentro, entramos a otra habitación.

-500 Rupies.

-Pues, yo digo que sí,-me mira la española. Me pone nerviosa que no intente hablar en inglés, ya le pedí varias veces porque Oliver no entiende. Si dijo que sabe y todo. Yo tengo ganas de quedarme, pero sé que está un poco encima de lo que habíamos hablado de pagar. Lo miro y le repito en inglés: ella se quiere quedar, nos hacen menos precio por los 3, ¿qué hacemos? La española abre la puerta del baño y se pone a inspeccionar.

-Tía, estos baños están de lujo, no habrá otro sitio así por aquí.- Oliver no me responde y yo no quiero responderle a ella, lo veo ponerse nervioso.
-No sé- me dice. Ella me agarra la mochila como para que la deje en el suelo.
-Vamos, ¿ya? ¡Nos quedamos!- Con un movimiento brusco me suelto.
-Esperá un poco.- Oliver ya está cruzando la puerta.- Bueno ¡Nos vemos después!

Oliver ya está unos metros calle arriba, sentado sobre el cordón de la vereda, armándose un cigarrillo. Es muy bueno armando cigarrillos porque fuma desde chico. Armando porros también es muy hábil. En casa siempre se burlaban de mí diciendo que armo cigarrillos con panza, me quedan gordos al medio y más finitos en los bordes. Me acuerdo que cuando llegué a Australia, no estaba acostumbrada al tabaco suelto y me parecía normal fumar, por ejemplo, sin filtros. Muy rápido, la punta de mi índice derecho se empezó a teñir de naranja. Era una asco lo que hacía.

-¿Qué pasa, Oliver?
-No me gusta andar siguiendo a gente que no conozco.
Entramos en la próxima hostería: “Safari homestay”. La recepción es toda de madera, a un costado tienen un aparador solo para folletos turísticos. El chico detrás del escritorio escribe una reserva en un cuaderno.

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