15 de marzo de 2018

Las guachas


 La abuela había sido una pionera del paisajismo en el país, y Julia había sido su única discípula en la familia. Nadie había querido lidiar con su carácter, preferían dedicarse a cualquier otro oficio. El tío contador y la sobrina abogada no peleaban nunca. En cambio, entre Julia y la abuela la discusión acerca de los jardines ornamentales  duró hasta la muerte. Julia militaba contra el concepto de jardín ornamental, asumir que la naturaleza podía acomodarse a la función de adorno le parecía a la vez peligroso y estúpido. Pensó que quizás podía invitar a las chicas a su casa, podría sacar la mesa al jardín. No le gustaba salir a la tarde, el sol directo le caía mal. Soy como un filodendro, pensó. Me adapto bien al interior.  
            ¿Las chicas reconocerían la vieja casa de sus abuelos? Habían estado tantas veces ahí, festejando cumpleaños, de visita algún día del fin de semana, o esa tarde en que habían perdido a Julia en el Rosedal. Habían ido a festejar su primer día del estudiante a los bosques de Palermo. Fueron directo hasta el lago, a los barquitos de alquiler. No querían perderse de nada, el picnic iba a ser en el epicentro mundial del día de la primavera, del estudiante, del día de no ir al colegio y de estar en libertad. Se vieron envueltas en una guerra de agua que empezó entre los barcos de al lado. Dos pibes habían chocado los remos sin querer, un tercero se llenó la boca de CocaCola y la escupió encima de otro, los botes se sacudían sobre el lago marrón formando una espuma negra a su alrededor. Un pibe se tiró al agua, después otro, desde abajo sacudieron el barco de las chicas. Julia se tiró al agua, también Merry. Una lancha a motor atravesó el lago y los separó a todos. Julia quedó con los chicos del primer bote. La última vez que la vieron, alguien le alcanzaba el brazo para sacarla del barro. Fue El Coca la que horas después se animó a llamar a la casa de los abuelos para preguntar si había llegado. Nadie la veía hacía horas, tuvo que confesar que la habían perdido en el Rosedal. El Página/12 del día siguiente anunciaba la llegada de la primavera con una foto en blanco y negro del lago, los botes, Julia saltando al ataque de un desconocido hecho de barro, Agus riendo, Coca abriendo los brazos en cruz en señal de festejo, como su ídolo, El Diego.
            Tampoco se había deshecho del Ford naranja con el que empezaron a moverse cuando tenían 18. Julia era la única que tenía registro. Nunca lo quiso vender después de aquellos años; nunca la había dejado a pie. Pero contrario a lo que había creído durante mucho tiempo, nunca lo volvió a usar. Estaba metido en el garaje hacía años. La naranja mecánica, le decían, aunque ninguna sabía de lo que hablaban. El auto las había sobrevivido, como había sobrevivido tantas otras cosas. Aquella noche, por ejemplo, en que salieron al rio a tomar las botellas de champagne que se habían robado de la navidad en lo de Merry. Tomaron una botella cada una, sentadas en el auto con la radio y el aire acondicionado encendidos. Frente a la naranja, la luna llena reflejada en el agua. De ahí siguieron a la puerta de XaiXai, que ya estaba cerrado. Dejaron las puertas abiertas para que la música se escuchara afuera y salieron a bailar. Merry se sacudía de pie sobre el capot del auto. Agus luchaba por llegar al techo. Un momento de éxtasis. Una camioneta se acercó desde el fondo de la calle. Tardó en llegar por eso ninguna la escuchó hasta que estuvo estacionada al lado de ellas. El tipo que iba manejando dijo algo, y Julia fue la única que se dio cuenta. Pensó que le estaban pidiendo direcciones. Julia entendió que algo estaba pasando cuando dos sombras saltaron por encima de la caja de la camioneta. Una se arrojó sobre Coca. Eran dos chicas. Agus se tiró de culo por el parabrisas, rodó sobre el capot y cayó al suelo de rodillas. Adentro del auto ya estaba Julia. ¡Arrancá!, gritó Coca desde el asiento de atrás. Merry forcejeaba con una de las pibas. Le quería robar el reloj, a la vez intentaba entrar al auto por la ventana, Agus la tironeaba hacia adentro. La otra piba agarró a Julia por el cuello. Dame todo o les pego un tiro a todas. Un tiro a todas, dijo así. ¡Arrancá! La voz de su amiga le llegó desde lejos, Merry ya tenía medio cuerpo adentro. Puso primera y salió, le temblaba la pierna sobre el acelerador. Chicas, agachensé, suspiró intentando agacharse ella también. Solo pensaba en los tiros. Cocales hizo dar la vuelta porque le habían robado el collar de su mamá. Quizás se había caído al piso, ella sintió el manotazo y un tirón. Las demás no dijeron nada. La mamá de Coca había muerto el año anterior y nadie iba a cuestionar la importancia del collar. Volvieron y buscaron sin éxito. Otra cosa de Lidia se había ido para siempre. Todas la querían porque en su casa siempre habían podido hacer cualquier cosa. Casi nunca se enojaba. Una de las excepciones se dio cuando mancharon la pared del living con ponche. Lidia estaba furiosa y no había manera de sacar el manchón rojo de la pintura. Probaron con Cif y con vinagre blanco. Agus intentó rezar. La mancha persistió porque era una letra escarlata. Cuando Lidia estaba visitando a una amiga en San Francisco, las chicas decidieron hacer un festejo de cumpleaños especial para Coca, que cumplía 16. Hacía tiempo que querían hacer una gelatina de vodka, como decían que habían hecho las de cuarto año. Después del colegio pasaron por el almacén donde les vendían las petacas los sábados antes de cerrar y se abastecieron con una botella grande de aguardiente, una de ron, y una petaca de grapa. La gelatina-estrella tardaba en hacerse, así que las chicas decidieron empezar con las otras bebidas y preparar algunos tragos con hielo y jugo Tang, otra cosa que siempre había en lo de Coca. Tomaron en el living, Merry y Agus sentadas en el sillón floreado, las otras dos en los de mimbre. Llegó Gonzalo, que salía con Julia en aquel momento, con un CD de cumbia que había grabado en el ciber y algunas cervezas. Lo escucharon toda la noche en repeat. Merry terminó la botella de grapa con la nariz tapada. Agus repartió lo que quedaba del aguardiente entre los vasos. Volcó casi la mitad de la bebida sobre la mesa. Coca le pegó una piña en el muslo y ella se la devolvió saltándole encima. Intentaba agarrarla por la cabeza pero Coca se defendía. El sillón crujía debajo de ellas. Una pata cedió y la estructura entera se vino abajo, Agus y Coca cayeron al piso, Merry se apuró a tirarse encima de ellas con todo su peso. Gonzalo bajó dos vasos de aguardiente. ¡Miren lo que hago!, Julia subía las escaleras en medias, no podía mantenerse en pie sin agarrarse de la baranda. ¡Miren lo que hago!, volvió a gritar desde arriba. Se tiró de culo por la escalera, rebotando en cada escalón. Las demás treparon también hacia la cima, agarrándose de la baranda, de los brazos y los pelos de unas y otras. Todas querían llegar primeras. Gonzalo seguía sentado en el living cantando las cumbias. Las chicas caían por las escaleras y volvían a subir, invadiendo la música con sus risas, que eran imparables, como una sola risa enorme. Merry rompió el círculo para ir a la cocina, nadie se dio cuenta. Los culos seguían rebotaban sobre los escalones, la cumbia al mango, Gonzalo fumaba un cigarrillo. Julia iba por el décimo escalón, casi llegaba al suelo. El noveno, el octavo, ya empezaba a doler. Algo la detuvo, un golpe fresco en la cara. Se le había metido hasta en la nariz. Se mareó, tenía los ojos cerrados. Cuando llegó al último escalón se llevó las manos hacia la cara. Era la torta. La torta del cumpleaños que había comprado Lidia. La crema le chorreaba por las orejas. Merry se reía tirada en el suelo boca abajo. Julia la agarró de los pelos y le empezó a refregar las manos sucias por la cara. Todas estaban gritando. Agus se acercó corriendo y le estalló un huevo en la cabeza a Merry, el otro se le explotó contra su propia camisa. Perdió la ventaja y Coca se le vino encima, tenía el sachet de leche y las regaba a todas de champagne como en la Formula 1. Julia destrozó el paquete de harina sobre la cabeza de Gonzalo. La cumbia luchaba por ser oída. Merry se resbaló con la torta y cayó al piso, todas se le fueron encima. Agus aprovechó para renacer de sus cenizas. Volvió la ensaladera gigante llena de vodka y gelatina todavía líquida. ¡Poooooooooooncheeeeeeeeeeee! fue su grito mientras revoleaba el recipiente encima de sus amigas, de las cortinas y de la pared pintada de blanco. La risa les impedía hablar, ninguna podía ponerle freno a la batalla porque frenar era perder. Vaciaron la alacena: Chizitos, yogur, arroz, yerba, todo.
            Cuando sonó El campanero ninguna pudo resistir ponerse a bailar, Gonzalo en una esquina ya ensayaba los pasos de siempre. Enganchada venía El matador y después Mil lágrimas. La marea estaba enloquecida. Merry bailaba encima de la mesa con los brazos en cruz. Coca subió el volumen al máximo, las voces de Los Santamarta  hacían vibrar los vidrios de la casa. En el medio de la pista, Julia se empezó a vomitar encima. Corrió hasta la pared para sostenerse. La siguiente fue Agus, tirada en el sillón floreado. Merry vomitó afuera, eso le permitió encontrar la manguera. Cuando terminó, entró a la casa regando a sus amigas. Coca estaba inconsciente en la escalera. ¡Nunca me falteeees! ¡Nunca me engaaaañes! Gonzalo amaba a Antonio Ríos.
            La ropa terminó apilada en un rincón del baño de arriba. Las cuatro se metieron en la bañadera y lucharon por ocupar el lugar debajo del chorro de agua. Se reían y se resbalaban. A Julia se le ocurrió poner el tapón y que se tomaran un baño de inmersión. Fue difícil acomodarse, pero lo lograron. El vapor empezó a cubrir los espejos y la vigilia de las amigas. Coca descansó la cabeza sobre la espalda de Agus. La voz de Gonzalo las despertó. Apareció de pie en el medio del baño, la cara desfigurada. A las chicas les pareció que había tres o cuatro Gonzalos. Así que vos sos Lucas_River. Así que sos vos. Le hablaba a Julia. Había descubierto a Lucas_River, el secreto mejor guardado del grupo, el usuario de chat al que le habían dado vida para investigar a las demás compañeras, a los pibes que estaban buenos, a Nicolás y, por supuesto, a Gonzalo y sus andanzas en XaiXai. Al día siguiente fueron todas al colegio usando las bombachas de Lidia.

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