17 de febrero de 2010

“no soy rambo, no soy rambo, no soy rambo” o “por favor dios ¡QUE SEA UN RIVOTRIL!”

15.2.2010

Como bien dije antes, este viaje ha sido de lo más improvisado. Sin Lonely Planet, ni mapa, ni reservas, me levante el 15 de febrero en Barcelona lista y dispuesta para hacer los arreglos de mi viaje en cuestión de media hora. Deje mi valija con la mayoría de mis cosas en la casa de Mila (ex hogar mío) y me fui a Decathlon a comprar la mochila más pequeña que encontrara. “Si la mochila es chica, entonces me obligo a llevar pocas cosas” pensé sabiondamente. Cansada de arrepentirme SIEMPRE de cargar el 80% de las cosas que llevo a los viajes y JAMAS uso, esta vez me dispuse a viajar en plan RAMBO: una vincha, un machete, una ametralladora y a tomar por culo. Como siempre, mis accionar fue a contramano del universo: primero decidí que llevar y después compre la mochila. Obviamente, cuando volví a casa con mi mini mochila (equivalente a esas mochilitas inútiles que estaban de moda entre las chicas en los 90, en las que te entraban 3 pesos y una toallita), me di cuenta de que no entraba ni la mitad de lo que me había quedado para llevar. Apuradísima y absolutamente contrariada por las tormentas que están azotando a España hace una semana, salí a cambiar la mochila y hacer todo lo que me quedaba por hacer en Barcelona (a saber: pensar en una mejor excusa para no volver a trabajar que “se me ocurrió ir a marruecos en vez de ponerme a hacer tramites engorrosos” e ir a decírsela a mi jefe). Todo esto hecho, volví a casa, llene la nueva mochila (parecía la panza de una embarazada de 20 meses, a punto de explotar) y partí al aeropuerto. Me asegure de llegar temprano para poder reservarme un asiento bien bien adelante, por si se caía el avión. Llegue, hice el check in, me olvide de pedir el asiento y cuando quise volver a cambiarme del 18A al 1A, había una cola de tres cuadras. Lola. Pase todas las postas de manoseo antiterrorista (que encima se duplican cuando vas a un país musulmán) y llegue a mi puerta de embarque. Para mi sorpresa, el avión estaba retrasado unas cuatro horas. Sin reservas, sola y sin la más puta idea de nada, caer en Tánger a las 12 de la noche en medio de la tormenta, ¿y si se caía el avión?: NI EN PEDO. Inmediatamente pegue la vuelta para volver a mi vieja y conocida Barcelona, abandonando mis planes de aventura. Me pararon en la primera posta antiterrorista: “Señorita, no puede cruzar esa línea” (línea amarilla dibujada en el piso).

D-¿Eh? Quiero volver
Señor-No se puede, usted no está más en España
D-Y ¿quiere decirme adonde corno estoy?
Señor- Bueno, usted está en una especie de Limbo
D- Por favor, déjenme volver, no quiero ir sola a Tánger, POR FAVOR
Señor- ¿Es usted argentina?
D- Si
Señor- Y dígame una cosa, ¿Por qué allí nos llaman a los policías “cana”?
D-Em, ehh, esteem (“deci algo amigable, no seas hostil, A MI GA BLE”). No sé, también les decimos “ratis” (¡¿Qué DEMONIOOOOS?!).
Señor- Bueno, sígame.
Me saca del Limbo, fiu. No hay wifi en el aeropuerto. Mi línea aérea de cabecera (jet4you ¿?) no tiene oficinas en el aeropuerto. Pago un euro por 15 minutos de internet a ver si encuentro a alguien que me saque de mi estado de idiotez absoluta. ¡Gracias a dios, Pony! Le digo que llame a mi padre, que mi vida corre peligro, que no sé cuantas cosas más. Lo llama a Daniel, me transmite su respuesta: Que no sea boluda, que se suba al avión y se vaya a Marruecos ya.
No me quedo otra, ni mi viejo me bancaba en este ataque de cobardía. Volví a pasar las postas (los guardias ya me saludaban, que pasaporte ni pasaporte) y recurrí a mi instinto más básico: la sociabilidad. Me acerque a una chica que aparentemente volaba conmigo y nos pusimos a hablar. Era española, Laila. Me cuenta que ella vive en Tánger, que es lindo, que no es peligroso, que cogemos un taxi juntas hasta la ciudad. Perfecto. Ella llego tarde y le dieron el asiento 5B, ni lo pidió. Hija de puta. Me cuenta que los aviones de jet4you (¿?) se mueven mucho, que a ella no le gustan particularmente. Pánico. Subimos al avión y nos despedimos. Yo voy a mi asiento marginal y comienzo a visualizar mi propia muerte. Más pánico. Al lado mío un marroquí y un catalán; les pido que me charlen durante el despegue porque me dan miedo los aviones. El catalán me da la mano, la agarro, agradeciéndole a dios. Sobrevivimos al despegue, pero yo seguía asustada: “¿Quieres que llamemos a la azafata?”. Yo bien sabia por experiencias anteriores que todo lo que me iba a ofrecer la insulsa azafata en mi estado crítico era un puto te de tilo. “No, gracias”.

Catalán-¿Quieres una pastilla, un sedante?
D- Ahora mismo.
Saca un pastillero del bolsillo, aparta una pastilla y me la ofrece. Hace un ademan para llamar a la azafata y pedirle agua para que yo tome mi pastilla; antes de que apriete el botón, la pastilla ya está en mi sistema digestivo. Mi cerebro cambia la sintonía y lo único que le ruego a dios ahora es que mi dealer de pastillas no sea un ladrón de órganos o se dedique a la trata de blancas; “que sea un rivotril, que sea un rivotril”.

Sobreviví, y el marroquí me dio la mano cuando aterrizamos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

amga por dios... viajas des bebé
Es hora de superar el pánico!!! jajaja