19 de marzo de 2010

tierra de dios

una de las primeras cosas que escuché tras poner pie en marrakech fue: -bueno, chicos, ya no hay haj, no hay camioneta, no hay mohamet. a ver cómo nos las arreglamos (-¡no hay problema! Primero dame comida, después te soluciono todo).
el primer contacto con la ciudad fue duro: haj nos dejó justo en la puerta de la medina (la ciudad antigua, donde teníamos pensado hospedarnos), que es un laberinto inmenso de calles, callejuelas y pasillos. nos adentramos por ese mundo e inmediatamente nos convertimos en carne de cañón: a nuestro paso despertábamos gritos, ademanes de agarrarnos para hacernos entrar a tiendas, saludos en japonés.
Los vascos tenían un hostal reservado, el resto ibamos a merced de dios a ver si conseguíamos lugar. nos costó media hora -y 20 dirham que tuvimos que pagarle a un hombre que se ofreció a guiarnos- llegar al hostal. Por suerte había lugar para los tres desamparados. dejamos nuestras cosas y nos fuimos casi corriendo a comer a la plaza Jamaa el Fna.
había recibido advertencias, pero no pudieron prepararme para lo que ví. la plaza es enorme y está llena -repleta- de gente: encantadores de serpientes que se te acercan con vivoras en las manos, hombres con monos atados a cadenas, vendedores ambulantes de cuanta cosa se te ocurra, tarotistas, artistas de henna, mendigos, burros, caballos, músicos con instrumentos de sonidos inimaginables. la plaza está rodeada del zoco (el más grande de marruecos) lleno de tiendas de animales, ropa, chucherías, dulces, frutas secas, especias, remedios naturales, maquillajes naturales, comidas y -por supuesto- turistas. el marruecos comercial en su máxima expresión.
debo confesar que la ciudad es un poco demasiado para mi gusto. mucha gente, mucha cosa, mucho de todo. pero que hay que verla, hay que verla.

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