15 de abril de 2010

el calor de la amistad

27.2.2010

tras habernos despedido de los vascos, quedamos sólo los nipones. nos quedaban pocas horas en marrakech y yo no quería ni pensar en la tristeza de tener que despedirme de mis nuevos afectos. le compramos un chocolate a la chica que atendía en el hostal (ya era, efectivamente, casi familia) y volvimos a armar los bolsos. en el hospedaje, nos sacamos un foto con la polaroid de yuki; ahora viaja en mi billetera con mi colección de retratos.
llego la hora de partir; yuki y el polaco mala onda nos acompañaron a tomar un taxi. el polaco me dio charla y me llevó la mochila, lo cual me hizo sentir culpable de no quererlo tanto.
la avenida es enorme y el tránsito imposible. paramos mil taxis: ninguno tenía taxímetro ni nos quería poner un precio fijo. rambo, absolutamente determinado a no ser estafado por un taxista, los dejaba ir. finalmente conseguimos uno. nos despedimos del polaco entre ruidos de bocinas, humos tóxicos y vendedores de galletitas. decirle adiós a yuki fue imposible; no me salían las palabras y de nuevo me vinieron las lágrimas ¡puta madre! siempre pensé que a esta edad ya iba a ser más capaz de controlar mi extrema sensibilidad: error.
le dije un poco de lo que pensaba: que es una persona hermosa y que la iba a extrañar. que se cuidara. ella me dio un sobre: mi regalo de cumpleaños de parte de yuki y rambo, a abrir recién el 3 de marzo -¡qué intriga!
me subí al taxi y rambo y yo nos quedamos un rato en silencio. creo que él estaba tan triste como yo. qué cosa rara estos japoneses: rambo y yuki se querían un montón, pero cuando se saludaron casi que lo hacen con un apretón de manos. los noté incómodos, no se abrazaron; quizás me perdí una parte de la historia ahí.
llegamos con rambo a la terminal de bus a tiempo. buscamos mi punto de partida, nos dijimos “good people”, nos abrazamos, nos prometimos escribirnos y nos dijimos chau. yo lo miré, con sus chancletas, su mochilita, su remera de marrakech: lo quise.
“otra vez sola” es el pensamiento que me viene a la cabeza cada vez que me termino de despedir de alguien. es una sensación que oscila entre el vacío y la emoción: ¿qué será lo que vendrá?
esta vez no fue la excepción; “otra vez sola”, pensé mientras me disponía a encontrar a alguien que me diera información sobre el bus. llovía, era de noche. me enteré de que por no se qué razón mi bus no salía a las 10, sino a las 11 y media. puteé. busqué a rambo y lo encontré. nos tomamos un café, volvimos a charlar.
se hizo la hora en que ambos teníamos que tomar nuestros respectivos buses: pobre rambo tenía una especie de papelucho que parecía cualquier cosa menos un pasaje de bus, nadie le sabía decir dónde esperarlo ni a qué hora vendría. nos despedimos en esas circunstancias; yo me fui rogando que el japonés llegara a destino sano y salvo (llegó, ya me escribió desde japón).
encontré mi micro, me subí, me acomodé en mi butaquita y me dispuse para las próximas 12 horas de viaje. la gente empezó a subir y a hacer lo mismo. cuando estaba a punto de hacer las paces con el olor y el mal aspecto de mi transporte, se escucharon unos gritos y la gente empezó a bajar del micro. bajé: por más de que me gustaba la idea, no tenía sentido ser el unipasajero.
nadie explicaba nada, nadie decía nada que yo pudiera entender. llovía, era de noche, el micro arrancó y se fue y todos mis compañeros de viaje se esfumaron de mi vista más rápido de lo que canta un gallo: momento perfecto para otro ataquecito. agarré al primer marroquí que encontré: que qué pasa, que mi bus, que el viaje, que no entiendo nada y nadie explica nada. me llevó con otro que me llevó con otro y con otro que era el encargado de la empresa: el bus tenía desperfectos técnicos, teníamos que esperar a que llegara otro y recién entonces salir. como favor me llevó a la oficina de la empresa y me aconsejó que esperara ahí hasta que llegara el nuevo trasporte. eran ya las 12 y pico, quien no estaba durmiendo en el piso de la terminal, se estaba quejando a los gritos. yo recordé los consejos de mi primer amigo marroquí: en marruecos hay que olvidarse del tiempo, de la distancia, hay que relajarse. y me relajé, esperé tranquila: se vé que mi pasividad conquistó a los encargados de la empresa.
pasaban las horas en la terminal y nada. fui tantas veces al baño que ya me dejaron de cobrar (si, como en bolivia te cobran por mear en un agujero en el suelo). me hice amiga de los vendedores y los bebedores. terminé quedándome dormida en el piso; el encargado de la empresa me hizo una camita con cartones adentro de la oficina y me llamó a dormir ahí.
me despertaron sólo para avisarme que el bus había llegado. eran las 3 de la mañana; uno de los señores subió conmigo y me dijo: te vamos a dar dos asientos. qué coche cama ni ocho cuartos: me estiré en mis dos butacas pensando en que lo único malo de esa noche había sido que podría haber pasado todas esas horas con yuki; pensar así me puso muy triste y muy contenta a la vez.

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