30 de junio de 2011

La noche en que Rosa iba a morir, se la pasó rezando, pidiendo, gritando que por favor quien fuera que dominara aquel morboso juego del nacer y morir la hiciera venir al mundo, la próxima vez, como otra especie de animal. No, humano de nuevo no, ¡por favor! El último pedido de una joven moribunda.
Deseaba con la fuerza que le quedaba en el alma volver como algún mamífero gigantesco y monstruoso, como una orca asesina que se moviera majestuosa y misteriosa por entre las sombras secretas del mar, amenazando a otras especies pero justificada por su instinto salvaje. O también le hubiese gustado ser un altísimo elefante, sin manos ni pies pero con una trompa  y orejas gigantescas que abanican la nariz como dos torbellinos.
Pidió lo obvio: venir como un pájaro, uno enorme. Nacer y no poder extrañar la magia del vuelo porque le es tan ordinario, tan cotidiano el volar.
Por favor, he sido buena
Como humano no; ave de rapiña o, en última instancia, hasta lo que aquel se rapiña.
Cualquier cosa, menos humano. Porque el humano y el amor, y el humano y la culpa, y el humano y sus problemas del más estúpido animal.

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