22 de diciembre de 2011

la vida misma

I
antonio, lo que sucede es que por la noche, antes de dormir, repaso uno a uno los eventos del día: siempre se me aparecen redondos, finalizados y a la vez tan vacíos, no existe la conformidad. mañana haré las cosas mejor, pienso, mucho mejor. y luego el sueño, que tiene esa magia curadora y la mañana y todo de nuevo. antonio, no podré seguir así durante mucho tiempo: ¿quién nos obliga? no puedo evitar pensar que el amor a la vida es algo que nos han impuesto, ¿debería darme vergüenza decir que desprecio mi existencia? pues no, antonio, hay algo que ya no puedo callar y debo decir.

II
marcela soltó la lapicera y se llevó el dedo índice a la boca. con los dientes aplastó el pequeño callo que comenzaba a crecerle. masticó su propio dedo por un rato, distraída en mirar lo que sucedía por fuera de la ventana de la cocina, entregándose por completo a la historia de otro.

III
parado en la vereda de la casa de marcela estaba josé, fumando un pucho y esperando que su perro quique terminara de orinar el tronco de un árbol.

IV
josé volvió a fumar aquel día. había dejado el día anterior. solía tomar decisiones contundentes: ¿quién podía pedirle al josé de hoy que respetara las decisiones del josé de ayer? no podía considerarse esclavo de si mismo, claro que no, aquello sería la muerte. sus allegados le presentaban quejas a diario; josé terminó por decidir que más valía ser uno mismo que estar rodeado de gente disconforme y que al fin y al cabo no se perdería de nada porque la vida se vive de a uno. contaba con la certeza de que siempre podría cambiar de opinión y decidir que valdría la pena intentar ser más constante. 

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