8 de enero de 2012

II






Es la casa un palomar
y la cama un jazminero.
Las puertas de par en par
y en el fondo el mundo entero.
Cantar, M. Hernández

Querida x:
Tardé un rato en entender que estaba por subirme a un avión nuevamente. Muchas veces me encuentro con esta idea de que el olfato es el sentido más poderoso: un olor familiar es capaz de trasportarnos a cualquier lado, a cualquier momento. Me pasa siempre con el olor que tenía la casa de mi tía en Ushuaia; cada tanto lo encuentro en una cocina, en un pasillo, en un café ¿Es un perfume? ¿Es el olor de la cocina donde se mezcla manteca con azúcar? No tengo idea, pero cuando me encuentra –eso, ni siquiera puede ser buscado-  tengo de nuevo ocho y uso orejeras para protegerme del frio.
Lo mismo me sucede con el olor de los aeropuertos. Ese olor seco y concreto y a la vez tan premonitorio. Fue el olor a aeropuerto lo que me hizo caer, finalmente, en la cuenta del viaje.
Tenía todavía mi teléfono conmigo y mientras esperaba recibí mensajes de algunos amigos pidiendo disculpas por los papelones en la fiesta de año nuevo. Desparramé indulgencia y aproveché para avisarle a algunos más que me estaba yendo. Tengo la leve sospecha de que he dejado a más de un ofendido en el camino ¿hice mal? Definitivamente la intención nunca fue mala, si tan solo se tratara sólo de eso.
Intento despreocuparme de las ofensas y los aviones y empezar a preocuparme por los posibles días lluviosos en Portugal o por saber qué días serán gratis los museos. La guía dice que los domingos son muy tranquilos hasta en la ciudad.
Ya es la hora, junto valor y comienzo a pasar las postas. La gente me sonríe: tengo puesto el gorro con orejitas que me prestó Sami, un atajo al corazón ajeno.
Busco mi asiento: la fila de 4 del medio, pasillo. Al lado mío 3 hermanas de veintipico. Las envidio un poco, están juntas. Detesto esos momentos de lamento, no me gusta compararme. Pronto me apago, caigo rendida. Me levanto en distintas ocasiones:  una para almorzar (eran las seis de la tarde), otra para comer un sanguche (¿la una de la mañana?), otra para ver una película (quiero olvidarla, así que no la pienso mencionar) y la última para desayunar (¿las cuatro?). Son 15 horas de vuelo y siento que no me alcanza el tiempo en el avión. Las hermanas charlan y se ríen, yo les comento algo sobre los horarios de la comida. Todas están de acuerdo. Miro constantemente el reloj que llevo en la muñeca. Es de hombre, se lo olvidó alguno de los brasileños que estuvo en casa en julio, después de que yo se lo hiciera guardar en una caja alegando que en mi casa no se usaban relojes. Tengo que dejar de quejarme de que me llamen Napoleón. Voy al baño y alguien vomitó. Pienso en lo horrible que debe haber sido viajar en avión cuando todavía se permitía fumar. Pucho, vomito, olor a avión, perfumes, pollo, pasta. Uf.
Llegamos a Barajas, aeropuerto de Madrid. Ya estuve acá, demasiadas veces, siempre de madrugada. Barajas se me aparece como una ciudad de metal y vidrio completamente abandonada; es el futuro con la raza humana extinguida, todo ha quedado funcionando: escaleras, pantallas, trenes que van de una terminal a otra. Tengo 30 minutos de viaje arriba, abajo y hacia los costados desde el lugar donde estoy hasta la puerta de embarque al avión que va a Lisboa. Soy un zombie, todos somos zombies, es demasiado temprano. Pierdo de vista a las hermanas, ya fue. Me bajo en la terminal correspondiente y aparece el ya conocido mural con el verso de Miguél Hernandez: Alredor de tu piel, ato y desato la mia. Lo acompaña la imagen de un hombre doblado sobre su guitarra. Me recuerda a alguien que quise y nunca me había dado cuenta hasta hoy, que soy un zombie. Me ronda el pensamiento hasta que llego a mi puerta de embarque. Me siento tentada a abandonar este vuelo y subirme al que va a Barcelona, ¿alguien se dará cuenta?
Me acuso de cobarde, de buscar lo conocido. Subo al avión rumbo a Lisboa: es de los chiquitos, de los que se mueven. Ya no me importa, ya no le tengo miedo a los aviones.
Me despido por ahora. Van muchos besos a perderse por ahí!

1 comentario:

Anónimo dijo...

hay peores cosas que el vòmito, el pucho, el perfume en los aviones, una vez viaje doce horas a BA con un hombre, un muchacho quizas que en ningùn momento paro de llorar.

espero tus noticias desde Portugal

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