28 de abril de 2012

arena, arenita, arena tapa mi huella


Con el tiempo fuí perdiendo el miedo a las sombras; un arduo proceso de reconocimiento hizo descubrir que no hay habitantes de la oscuridad, que nada duerme en los rincones ni se alimenta de necesidad. Digo: nada duerme, todo deambula en el mundo despierto, por aquí todo el tiempo. Los fantasmas y las sombras y las cosas por hacer: no creo ya que respeten un estricto horario para dormir o despertarse o pasarse el día en camisón. Hoy, por ejemplo, las encontré en el gato que lloraba al ver su plato vacío.
He perdido el miedo a las sombras: en ellas no habita nada que se asuste. Pues, despierta e iluminada me encuentro con todo. No me asusta, tampoco, que todo vaya y venga. Doy gracias por lo que hay, que siempre alcanza. También doy gracias por lo que se ha ido a tiempo, porque me ha hecho saber que, cuando se me revolvieran las tripas del dolor, ya no estaría aquí. He perdido, entonces, el miedo mayor: el de esperar.

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