Ayer he ido
a casa de sus padres. A diferencia de la semana anterior, me ocupé de llevar
tacones y maquillaje. No podía evitar
sentirme travestida con tantos colores artificiales en el rostro. Parte de un
show de música tropical o algo así.
Es extraño
lo que observan los hombres en las mujeres, que somos como un cuadro casi. Preocupadas
en cada esquina, cada detalle. Llegué a su casa y toqué a la puerta. Tardaron en
atender y mi corazón latía fuerte marcando un paso rápido. Se me dificultaba
permanecer serena y delicada por fuera mientras por dentro se desataba tal
monstruerío.
Abrieron la
puerta
-Buenas
tardes (…)
Debí esperar
un largo rato para mencionar su nombre, sentía que cualquier comentario me
pondría en evidencia. La charla rondaba
nuevamente el tema de la literatura, etc. Hice mi entrada triunfal:
-Cesar y yo descubrimos que desde el relato aquel de Cecilia Gitelman,
se ha impuesto una moda entre los escritores de poner a algún trompetista entre
sus personajes. Por cierto ¿dónde se encuentra mi querido amigo?
-¡Oh! ¡Por dios! Si supieras.
-¿Qué?
-¡Contalo, Berta! Los chicos se merecen saber
-¿Qué? Ya, cuenten
-¿Dónde está Cesar?
-Bien: Cesar ha muerto.
Me subió el
calor a la cabeza, sonreí. No sé por qué sonreí con el rostro en llamas.
-Por lo menos en lo que a
nosotros respecta. Ha sido llamado para ir a la guerra.
Más de la
mitad de las mujeres que estábamos en el comedor no sabíamos que nuestro país
estaba en guerra. Salté de mi silla y me encontré de pie. Un escalofrío me
estremeció todo el cuerpo, haciéndome temblar visiblemente.
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