la vida es
así, dijo, como un pestañeo
como un
aleteo imperceptible corre
el tiempo
veloz y nosotros con números
y agujas y
fracciones buscamos entenderlo.
preferiría que
lo perdieras, al tiempo me refiero,
que lo
extraviaras debajo del colchón o
entre las
especias de la cocina.
que encontraras,
a cambio, la delicia
de las
tardes y de la luz
del sigilo
de la noche y sus suaves vaivenes.
yo tuve
poco de aquel, del que vamos a olvidarnos.
puedo contarte
que a nosotros, los fantasmas,
poco nos
importan las tres de la tarde o las
ocho de la
noche en nuestro celeste deambule
del este al
oeste y por eso los colores nos marcan
el compás
del mundo.
cuando te
vi, por ejemplo, era una tarde naranja
tus ojos
eran violetas, tu piel azul y tus manos
-hechas de
cielo- negras como una nube
llena de
tormenta.
llorabas por
los dedos, debo decirte, creí
que me
extrañabas y planté semillas de sueños
en tus
noches. en ellos te abrazaba y mirábamos
juntos el
cielo, que es el mismo para los vivos
y los
muertos.
anduvimos de
la mano porque yo sé
cuánto te
gusta extenderte en otro, multiplicarte
nunca la
solté, aquí la tengo, no creas en lo que ves.
pensabas,
en el sueño, en mis manos y reías
al verme
tan chiquito, así te despedí
sin poder
evitar que crecieran otros sueños
más oscuros
en tu bosque.
pestañea,
entra la vida. pestañea, se va.
es breve y
amarilla la visita, no la olvides
la delicia
de las
tardes y de la luz
del sigilo
de la noche y sus suaves vaivenes.
y tu mano
negra y el cielo naranja.
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