Nunca olvidaré aquella tarde en que
llegué –adrede- temprano a la reunión en su casa. Caminando hacia la entrada sentí
su presencia. Lo sabía antes de verlo, usted estaba allí, en el jardín
delantero, haciendo florar el olor del pasto mojado que llegaba a mi nariz
mezclado con algo suyo, el olor del roce de sus labios.
Cuando llegué a usted con la mirada
lo encontré saltando entre sus perros que saltaban también alrededor suyo,
tirando mordiscazos al aire, cada tanto enganchando algo entre dientes: un
trozo de tela, un pedazo de su piel. El ruido de las bestias era opacado por su
risa fuerte y entrecortada, cada bocanada de aire que usted tomaba, ah.
Estaba a solo pasos cuando reconoció
mi presencia. Sospenché que ya me había sentido pero elegía hacerse el tonto
para dejarme gozar unos segundos más con la contemplación de aquel hermoso cuadro.
Sonrió.
Las bestias se me vinieron encima,
me apretaban sus uñas la piel de la espalda y me salivaban la cara. Yo tambaleaba
sobre mis tacones, mientras intentaba no tener un colapso nervioso. Usted sonrió.
Se me acercó y echó a los perros con
sus manos grandes. Los empujaba hacia atrás por el cuello, ellos insistían pero
usted también. Y los empujaba cada vez más y más lejos de mí.
Me estaba protegiendo.
Nos sentamos, una vez más, a la mesa
y todos contaban historias y cuentos sobre personas que yo jamás había oído
nombrar, sólo sonreía y asentía, feliz de estar cerca suyo, de verlo comer, de
ver las migas que se escapaban de su comida cuando la llevaba a la boca, de
verlos a sus perros hurgar la alfombra con sus narices en busca de ellas. El espectáculo
animal me llenaba de amor y fingía toser para llevarme la mano al rostro y
poder sonreír a escondidas.
Me perdí, distraída entre las calles. No sabía adónde
estaba. Me dí cuenta de que me temblaban las manos, frené el auto y bajé a
fumar un cigarrillo. Digo cigarrillo y la habitación se llena de humo, digo
usted ¿y?
Pasaban los meses y no pasaba nada entre nosotros. Yo,
por momentos, desistía, pero cada vez que volvía a verlo caía hundida en la
causa: solo importaba estar cerca de usted.
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