11 de junio de 2012

who do you love?


¿Quién era la chica que bailaba? No abría los ojos, solo los cerraba con más o menos fuerza. La danza era del cuerpo, sí, los brazos, las piernas, el torso para adelante y para atrás; pero también era del rostro y el pelo, como una mancha de tinta, tomaba distintas formas y recorría caminos al azar. Los hombros marcaban el ritmo de mis latidos: tum turutum tu tu turum, y los brazos eran palomas que la sobrevolaban, que la estaban por llevar a pasear. Los breteles de su remera se deslizaban entre su cuello y el brazo, a veces cayendo por sus hombros, dejándola un poco desnuda. Era el mismísimo vértigo, pensar si ya pararía, si podría seguir, cuál sería, entonces, el nuevo movimiento de esa máquina que no podía parar. Y nunca era otra cosa que la música traducida al cuerpo ¿cómo era tan capaz de hacerse una? Cada movimiento parecía peligrosamente libre y a la vez exacto, afilado, calculado. Si me hubiese tapado los oídos, aún hubiese escuchado a la música solo por verla a ella bailar. Doblaba la espalda hacia atrás, acercando su cabeza al suelo, mirando a los otros bailarines al revés, sacudiendo la mancha de tinta como una escoba negra y brillante y hasta su boca sonreía. La piel lisa y pálida pintaba el suelo negro con sus movimientos de ritual, de diosa del ritmo de algún más allá. 

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