18 de julio de 2012

Cesar



Hay algo que me gusta de mirarte y no tocarte. Imagino cómo siente el aire que te rodea, el que pasea entre tus pelos o debajo de tu brazo. El que te entra por la nariz y recorre todos tus órganos, ve cómo son tus pulmones y tu garganta, roza tus dedos constantemente, pasea por lugares adonde mis dedos no llegan.
El aire me tienta con su presencia circundante y llena de preguntas. Para no tocarte pienso que tengo las manos muertas, que son dos pedazos de carne crudos, como dos ratas viejas colgando de mis brazos. Se dedican a roer la madera de los bancos donde me siento y nunca suben la mirada a fijarse qué podré estar necesitando yo; tocarte quizás, pero nunca sucede. El placer de no tocarte y el diálogo con el aire se prolongan y crecen con las horas, no hay razones para detenerme en mi no tocarte.
Y a la vez, si te tocara ¿cómo sería? La consistencia de tu pelo, un nido de aves, la rugosidad de tu piel, el tamaño de tu mano. Todos sería nuevo por una sola vez y luego se repetiría y se haría costumbre. Te besaría todos los días y no podría pensar que se vive sin besarte. Besarte, como hacer las compras, pagar el gas y darse un baño. A veces con más ganas, a veces con menos.
Me gusta, por ahora, no tocarte y mirar, invadir tu espacio con el alcance de mis ojos, observarte el detalle, un lunar en la nariz, una arruga en la camiseta.

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