1 de julio de 2012



VII
Mientras tanto, él pensaba que al día siguiente llamaría a Marcelo, ya era hora de saber. Le había pedido que se tomara dos semanas y recién habían pasado cinco días; no podía seguir. Por las noches, cuando ella caía rendida del sueño, con la piel limpia y el pelo recogido en una pequeña trenza rubia, él dudaba en su lado de la cama, no encontrando una posición cómoda para descansar, sintiendo que sus ojos no se le podían cerrar del todo que nunca podría irse a dormir.
Era hora de llamar a Marcelo y de acabar con todo este asunto pendiente y comenzar la nueva vida de veras. Ya verían en Buenos Aires, no sólo lograría joderlo a Pierro, sino que lo haría desde el exilio, doble inteligencia. No había manera de que lo agarraran y, a la vez, se haría famoso entre los suyos.
Se levantó a la mañana siguiente con el ánimo mejorado y dispuesto a actuar. Salió de la casa lento y silencioso mientras ella todavía dormía. La miró: tenía la cara aplastada contra la almohada y la boca abierta. Respiraba haciendo un ruido fuerte.
César se vistió con una camisa rayada y pantalones largos. Besò a su mujer en la mejilla antes de salir de la habitaciòn y desayunò un cafè negro en la cocina.
Cuando cruzaba el umbral del edificio donde vivìa, se detuvo un segundo y prendio un cigarrillo. Irìa caminando hasta el locutorio de la peatonal y llamarìa desde allà. Luego tomarìa algùn tren, necesitaba un largo rato para pensar.

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