VIII
La casa de
Ofelia quedaba sobre la calle Caridade. Desde la calle sólo se veía una pequeña
puerta mucho más baja de lo necesario. Al atravesarla, uno se encontraba con
una oscura escalera de peldaños empinados y, cada tanto, pequeñas ventanas con los
vidrios rotos por las que entraba el fresco de afuera.
Cesar nunca
tuvo sus propias llaves. En un principio, Ofelia le había dicho que le haría
una copia, pero pasó el tiempo y no lo hizo. Cesar aceptaba con sumiso silencio
todo lo que sucedía, pensaba en agua que fluye, agua que no se reconoce.
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