5 de agosto de 2012


VIII
La casa de Ofelia quedaba sobre la calle Caridade. Desde la calle sólo se veía una pequeña puerta mucho más baja de lo necesario. Al atravesarla, uno se encontraba con una oscura escalera de peldaños empinados y, cada tanto, pequeñas ventanas con los vidrios rotos por las que entraba el fresco de afuera.
Cesar nunca tuvo sus propias llaves. En un principio, Ofelia le había dicho que le haría una copia, pero pasó el tiempo y no lo hizo. Cesar aceptaba con sumiso silencio todo lo que sucedía, pensaba en agua que fluye, agua que no se reconoce. 

No hay comentarios: