8 de septiembre de 2012

barcelona

para mi hermano
31/8/2012

abrió los ojos.
inmediatamente supo que había hecho las cosas mal. había conocido a una mexicana en el avión; hablaron de literatura -era de esperarse, ya que ambos habían subido al avión, habían tomado sus asientos al fondo, se habían abrochado los cinturones y habían sacado sus respectivos libros del bolso-, luego de viajes, se contaron algunas historias y finalmente se presentaron. ella, sin querer, se durmió sobre su hombro. nunca supo que lo hizo con la boca abierta y dando fuertes ronquidos a cada rato, a él no le importó. las horas del se le pasaron rápido y terminó por concluir que aquel había sido el mejor viaje de avión de su vida. cuando llegaron al aeropuerto, recibieron las valijas juntos y salieron a la calle. ella dijo que tomaría el aerobus hasta plaza catalunya, cerca del piso que compartía en la ciudad con otros extranjeros. él la siguió, disimulando su extravio en la nueva ciudad. cuando la maravilla lo superaba, procuraba amainar el paso y, cuando ella no podía verlo, abrir grandes los ojos y mirar a su alrededor, respirar hondo, tranquilizarse recordando experiencias pasadas o pensando en sus padres.
en una de esas, ella también bajó el ritmo y lo tomó del brazo.
-vamos a tomar algo, ¿qué te parece?
claro que a él le pareció bien. la siguió por calles oscuras y resvaladizas. las paredes de los edificios eran grises y cargadas de secretos. cada calle se bifurcaba, hacia el final, en minusculos pasillos que llevaban a más pasillos o hacia otras calles. y por el camino, no sin asombro, se cruzaba con sillones, sillas, cuadros, ropas, como casas armadas fuera de las casas.
-vamos aquí, le dijo señalando a una puerta que parecía no conducir a ningún lado, ¿te importa bajar a preguntar si están abiertos?
claro que no le importaba. dejó su bolso con ella y, respirando hondo, cruzó la puerta inconducente.
se encontró con una oscuridad total a la que le costó unos minutos habituarse. cuando sus ojos le hicieron el favor, encontró una escalera hacia abajo. los peldaños casi no se sostenían y parecia que todo se vendría abajo en cualquier momento. al quinto paso, empezó a oler a cerveza rancia.
al terminar la escalera encontró más penumbra y un salón pequeño y cuadrado. al fondo del salón, una barra adornada con una luz de neon violeta. una chica joven limpiaba vasos con un repasador. se acercó a paso lento, para esconder los nervios, apoyó los codos sobre la barra y esperó a que la chica levantara la mirada, lo que tomó unos minutos.
cuando la camarera notó su presencia, la expresión en su cara mutó. ella abrió los ojos grandes y tensó los labios, alarmada. él abrió la boca, iba a explicar, sólo quería saber si seguían abiertos, si habría posibilidad de tomar un trago, quizás dos. la del aeropuerto lo esperaba arriba y no podía fallar tan pronto. antes de que ninguno pudiera emitir palabra, se escuchó una tercera voz. aquello no era español, ni siquiera catalán.
quien hablaba era un hombre que, sentado al costado de la barra, el no había llegado a ver. sonaba hosco, borracho y enojado. la camarera no atinó a mover la cabeza, seguía mirándolo con la expresión alarmada. el tipo dejó de hablar y ella no respondió, sólo movió la cara hacia adelante, como repitiendo el mensaje. silencio.
el tipo volvió a hablar, esta vez más fuerte, más enfurecido. luego se levantó. era grande y llevaba una campera de cuero negra y la cara de un ruso acogotado. tendría sesenta años, pelo rubio peinado hacia atrás y un vaso en la mano. ahora, de pie, gritaba en un idioma hecho enteramente de consonantes. escupía y se tambaleaba.
él permaneció quieto, apoyado sobre la barra. no era el valor lo que lo mantenía sino ia incertidumbre y el miedo.
-mejor te vas, terminó por decir la camarera, ahora.
.
-está cerrado, le dijo.
-bueno, vamos que conozco otro que seguro está abierto.
ella se llamaba carla. era rubia y alta, más alta que él. dudo si esto le jugaría en contra con ella, probablemente si, muy probablemente todo esto sería en vano. sin embargo, estaba en una ciudad desconocida y sin planes, por lo pronto no tenía nada mejor que hacer que seguirla.
por un pasillo entraron a una calle, en la esquina un hombre los comenzó a seguir ostensiblemente. él se alarmó y buscó tomarle por la mano para protegerla. ella lo soltó y lo miró sorprendida. antes de que alguno pudiera decir algo, habló el tercero:
-beer, beer, sexy beer?
-no, gracias, dijo ella
siempre contestaba en español, le molestaba que los pakistanies la tomaran por extranjera. se detuvo, deteniéndolo a él, pegó media vuelta y se dirigió al hombre:

-¿tienes hash?
-sí, dijo el hombre, tu comprar de mí el otro día. yo conozco a ti, tu nunca me viste ¿sí?
-vale, dijo ella, y comenzó a seguirlo de cerca por más pasillos oscuros.
él había quedado en un segundo plano, caminando tercero en orden. ahora sí las calles negras olian a pis y comenzaban a molestarlo. no estaba a la vista de ninguno de los otros dos y estaba a tiempo de pegar la vuelta y buscarse un hotel, descansar y mañana temprano visitar la sagrada familia. esta carla tampoco era tan linda que digamos y probablemente no se acostaría con él.
-yo te espero aquí, tu síguele, dijo carla sacándole el bolso de las manos.
él, empujado por la inercia, dejó a la rubia atrás y se adentro en la oscuridad con el otro hombre. ahora sí que la había cagado, ¿cómo escapar? cuando cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo, carla ya no estaba a la vista.
el pakistaní andaba a paso veloz y se movía entre los pasillos como pez en el agua. iba adelante, dándole la espalda, y nunca se volvía a ver si él lo estaba siguiendo. por supuesto que lo estaba siguiendo, ¿qué otra cosa podría hacer semejante idiota?
y de repente, el pakistaní frenó, se apoyó sobre una puerta, hizo fuerza y la abrió.
-entra, y entró.
subieron por una escalera angosta pintada de negro. subieron tres o cuatro pisos agotadores.  cada tanto, ventanas con vidrios rotos helaban los pasillos. el pakistaní abrió otra puerta
-entra
-mira que se dónde estoy, pensó que dijo
-¿cómo? contestó el pakistaní. nada.
y adentro, en un departamento de un solo ambiente, un sillón desecho, un par de cajas apiladas y un olor a muerto asfixiante parecían esperarlo para darle la muerte.
sobre el sillón, otro tipo gordo y blanco sentado en calzones rojos fumaba de una pipa de vidrio. la llegada de ellos dos no lo interrumpió. aspiró, tiró el cuerpo hacia atrás, levantó la cabeza y lanzó, lentamente, una cantidad enorme de humo por la nariz.
-hombre, ven aquí, dijo, pongámonos estúpidos
el otro negó con la mano y se puso a revolver entre las cajas.
él, parado en medio de la habitación, se sintió desnudo. más desnudo que el gordo en calzones. más desnudo de lo que había venido al mundo. de repente sus manos se le volvieron extrañas y no sabía qué hacer con ellas, todo parecía torpe y apresurado ¿guardarlas en los bolsillos? ¿juguetear con algún papel? ¿matar a alguno de esos dos tipos?
.
cuando salió sólo por la puerta a la calle se dio cuenta de que le había dado un billete de cien y el pakistaní no le había devuelto nada.
encontró a carla en la esquina y debió recomponerse rápido. le entregó el paquete que le había dado el pakistaní, procurando esconder el tembros de sus manos. tomó el bolso y,  casi sin pensar, tomó también el bolso de ella y se lo cargó a la espalda.
carla agredció y se puso a andar. él la siguió.
.
-perdona, no me hace bien dormir con extraños, dijo mientras dejaba sobre el sillón una frazada y una almohada, igual ruben duerme como un tronco, ni se enterará de que estás en su habitación.
no entendía por qué estaba ahí, por qué había seguido ciegamente a esta mujer por toda la ciudad y por qué había aceptado venir a dormir a su casa. tampoco por qué había aceptado dormir en lo de rubén, que ahora rocaba desaforadamente a metros del sillón donde él dormiría. se vio impedido a objetar y carla desapareció por una puerta lateral, apagando la luz.
él se recostó y dobló la almohada debajo de su cabeza. acostumbraba usar dos. quiso llorar, pero se lo prohibió. cerró los ojos y respiró hondo. por la ventana de la habitación se oian los ruidos de la calle agitada sobre la que vivía carla. pasaban parejas caminando, grupos de personas, pakistanies vendiendo cerveza a personas que correrían la misma suerte que él. todo podía escucharse con lujo de detalles. los sonidos parecían arrullarlo y casi pensó que podría conciliar el sueño.
-¡pero por qué no se van a dormir ya! ¿qué es que ninguno trabaja? ¡mocosos!
abrió los ojos y la que supuso era la figura de ruben se recortaba dentro del marco de la ventana.
-¡ya está bien, mocosos de mierda!