¿Cuántos días
tardaría en congelarse el mar? ¿Cuántos y por qué? ¿Por qué?
¿Por qué?
Para Lidia,
las preguntas de su madre no tenían razón de ser. Se sentaban durante una hora
cada tarde a “repasar los asuntos de la escuela” para mejorar las notas de Lidia que eran
buenas, pero no lo suficientemente buenas. La madre inauguraba el ritual colocando
el cuaderno azul sobre la mesa de madera, perfectamente oblicuo a su pecho y
procediendo a abrirlo haciendo uso de un solo dedo – ¡sorpresa! Algunos días usaba
el índice derecho, otras el pulgar izquierdo o cualquier otro dedo de
cualquiera de sus manos (¡jamás el mismo dos veces!) – y bajando la mirada
sobre las hojas. Al retirar los ojos del cuaderno, se los veía llenos de
preocupación. Siempre. Nunca en paz.
Entonces
avanzaba el flujo de preguntas. Si hubieran estado haciendo lo que deberían
haber estado haciendo –eso es: estudiar- las preguntas de la madre hubieran
tenido algo que ver con los programas académicos de una escuela primaria de la
argentina. Pero no estaban haciendo lo que debían y las preguntas nada tenían que ver con lo que Lidia debía saber. La madre indagaba e indagaba y parecia, más que preguntarle a Lidia, preguntarse a si misma.
La falta de respuestas era inquietante y las preguntas de la madre -que eran contagiosas- muchas veces terminaban por llenar la cabeza de Lidia con dudas y angustias.
La falta de respuestas era inquietante y las preguntas de la madre -que eran contagiosas- muchas veces terminaban por llenar la cabeza de Lidia con dudas y angustias.
Unos años
más tarde, cuando la pequeña Lidia llegó a la edad de comprender, las preguntas
seguían ahí, amarradas a un cerebro acostumbrado a dudar y sufrir. A las viejas
incertidumbres se sumaban nuevas, propias y por eso más fuertes. Lidia era
frágil y tímida. En la escuela no encontraba respuestas y su madre, víctima de
un carácter virulento, se había entregado en cuerpo y alma a la religión.
La madre de
Lidia, ella sí que había encontrado las respuestas. Para todas y cada una de
las cosas por debajo o por encima del suelo, existentes o no, la madre ahora
poseía una explicación, ¡qué poder maravilloso! La vida de Lidia cambió mucho
con la entrada de Jesús a su hogar.
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