3 de junio de 2013

los amigos de lidia


¿Cuántos días tardaría en congelarse el mar? ¿Cuántos y por qué? ¿Por qué?

¿Por qué?

Para Lidia, las preguntas de su madre no tenían razón de ser. Se sentaban durante una hora cada tarde a “repasar los asuntos de la escuela”  para mejorar las notas de Lidia que eran buenas, pero no lo suficientemente buenas. La madre inauguraba el ritual colocando el cuaderno azul sobre la mesa de madera, perfectamente oblicuo a su pecho y procediendo a abrirlo haciendo uso de un solo dedo – ¡sorpresa! Algunos días usaba el índice derecho, otras el pulgar izquierdo o cualquier otro dedo de cualquiera de sus manos (¡jamás el mismo dos veces!) – y bajando la mirada sobre las hojas. Al retirar los ojos del cuaderno, se los veía llenos de preocupación. Siempre. Nunca en paz.

Entonces avanzaba el flujo de preguntas. Si hubieran estado haciendo lo que deberían haber estado haciendo –eso es: estudiar- las preguntas de la madre hubieran tenido algo que ver con los programas académicos de una escuela primaria de la argentina. Pero no estaban haciendo lo que debían y las preguntas nada tenían que ver con lo que Lidia debía saber. La madre indagaba e indagaba y parecia, más que preguntarle a Lidia, preguntarse a si misma.
La falta de respuestas era inquietante y las preguntas de la madre -que eran contagiosas- muchas veces terminaban por llenar la cabeza de Lidia con dudas y angustias.



Unos años más tarde, cuando la pequeña Lidia llegó a la edad de comprender, las preguntas seguían ahí, amarradas a un cerebro acostumbrado a dudar y sufrir. A las viejas incertidumbres se sumaban nuevas, propias y por eso más fuertes. Lidia era frágil y tímida. En la escuela no encontraba respuestas y su madre, víctima de un carácter virulento, se había entregado en cuerpo y alma a la religión.

La madre de Lidia, ella sí que había encontrado las respuestas. Para todas y cada una de las cosas por debajo o por encima del suelo, existentes o no, la madre ahora poseía una explicación, ¡qué poder maravilloso! La vida de Lidia cambió mucho con la entrada de Jesús a su hogar.  

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