16 de septiembre de 2013

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Para cuando terminaba de limpiar el baño, ya había limpiado toda la casa y eran, tan solo, las cinco de la tarde. A veces lograba terminar a las seis y entonces festejaba; no le gustaba terminar temprano porque entonces ¿qué hacía? Su habitación era pequeña y sólo una cama de una plaza cubierta con una frazada de lana picosa cabía ahí además de ella. El guardarropa de madera marrón oscura se escondía en una de las paredes. No tenía televisor, pero sí una radio grande que trasmitía a la perfección todas las frecuencias. Recién a las siete tenía algo que escuchar. Era la radio novela y esta semana sabía que Nandito y la lisiada se iban a besar. Para escucharla apagaba la luz, se acostaba en la cama y cerraba los ojos. Entonces podía armar en su cabeza el detallado dibujo de Nandito y su abundante cabellera y la lisiada, tan similar a Lidia, tan parecida en todos sus rasgos y maneras, tan parecida su voz, que casi podía decirse que…

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