3 de septiembre de 2013


III

De la iglesia la madre siempre volvía con nuevas ideas para la casa. Alguna renovación en la decoración, en la ubicación de los elementos o, incluso, en la rutina de la familia. Hasta que un día llegó con una idea casi tan avasallante como la de Jesús: había que conseguir una empleada de limpieza. Todas las señoras de la iglesia tenían una y aseguraban “que les salvaba la vida”.

Dedicó varias horas del día siguiente a recorrer la casa, esquina por esquina, en busca de espacios para ser limpiados, tomando minuciosa nota de cada una de las tareas y del detalle con el que debían ser realizadas. Examinó las habitaciones que conocía hace años, que habían sido envases para su vida, para cada uno de sus recuerdos que ya se iban turbando en su cabeza. La idea de tener una empleada le dio a su vida un empujonazo de adrenalina. Comenzó a fantasear con las tareas que le indicaría, practicaba en su recorrido el tono que emplearía para explicarle las cosas

-Mirá, Marcela, estos pisos son de pino plastificado, no pueden limpiarse con cualquier producto, los haría pelota y eso es lo que queremos evitar

-¡Marcela! Este piso vale más que tu vida

Alguien más estaría a disposición de la casa y el orden se multiplicaría. Más y más creía que había tenido una fantástica idea y ¡la gente del barrio! Ahora sí tendrían algo de qué hablar: Beatriz y su servicio, Beatriz y su casa reluciente ¡Bendición del Señor!

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