En la esquina de la
avenida, Guido sostenía a Lucía por la mano sin mirala. Se habían bajado de la
vereda a la calle para intentar conseguir un taxi. Era la primera vez que Guido
paraba un taxi y extendía el brazo como había visto hacer en las películas. Más
de un auto había pasado ignorándolo. Lucía, sin nada que hacer más que colgar
del brazo de su primo, lo miraba de atrás si que él lo notara. Le veía la nuca
y la parte de atrás de los brazos extendidos. Guido agachaba la cabeza o se
sacaba el pelo de la cara y Lucía pensaba, entonces: sí que está triste, aunque
no parezca. Esos pequeños signos de debilidad frente al violento pasar de los
autos hizo que Lucía confirmara para sí la derrota de Guido.
-Subí vos primera y
ponete el cinturón. Hola
-Buenas, ¿para donde
van?
-Para Cabildo y Santos Dumont
-Para Cabildo y Santos Dumont
-¿Justo en la
esquina?
-Sí, ahí nomas
-Pibe, ¿vos tomas
colectivos?
-Es que recién
llegamos a Buenos Aires. Y además, yo estoy con ella
-Mhm, bueno, cuando andes solo, vas a ver que el 60 desde ahí te lleva
para todos lados, al centro y para provincia
Desde su rincón del
auto, Lucía podía ver ahora la cara de Guido. A medida que el auto avanzaba, el
rayo de sol lo iba iluminando por partes: los ojos, la boca, las manos sobre
las piernas. Era difícil reconocerlo en este nuevo mundo, en lugares que no
habían compartido jamás. Lucía lo miraba para recordarse de que era Guido, el
suyo y el de siempre.
-…por eso pusieron
este separador para los taxis. Fijate que a tu hermana no le cerró bien la
puerta
-No, no somos
hermanos. Somos primos. Bah, primos hermanos. Mi mamá y su papá son hermanos.
-Ah, sí, porque se
parecen ¿Y de donde son?
-De Ushuaia
-Ahm
-¿Lo conoce? Es bien
al sur, es una isla Tierra del Fuego, aunque nadie lo sepa
-Sí, sí, cerca de las
Malvinas
-Claro
-Yo antes laburaba en una rotisería, justo antes de comprarme el coche,
para ahorrar algo de plata antes de arrancar. Era de unos viejos de Villa
Urquiza, el viejo había sido camionero y se había viajado el país entero, si vos
vieras lo que había quedado hecho su camión después de eso. Se había traído de
Ushuaia un almanaque que colgaron en la rotisería, pero quedó siempre trabado
en febrero. Febrero tenía una foto de una montaña nevada al atardecer, el cielo
todo rosa. Al final yo ya me acostumbré a verla y me hubiese jodido si alguien
cambiaba de mes. Ya ni me acuerdo el nombre de la rotisería, era algo comooo… ¡La
puta que te parió! ¡Mina tenía que ser, le tienen que sacar el registro a
todas!
-¿Una isla, decís?
-Ahí todos dicen “la
isla”, somos de “la isla”. Pero no te sentís como en una isla, hay mucho lugar,
pero es verdad que también hay mucha agua. Le dicen el fin del mundo algunos.
Eso es peor que vivir en una isla, vivir en el fin del mundo
-¿Qué hacen acá de
tan lejos?
-Nos mudamos
-Ahm, ¿vinieron a ver
el Botánico?
-Sí, venimos de ahí.
Bah, fuimos a la puerta de la casa de Fito. Hace mucho que queríamos ir.
-¿Fito Paez?
-Sí
-¿Y?
-¿Qué?
-¿Lo vieron? ¿Estaba?
-¿Fito Paez? No, ni
idea
Lucía quería decirle
que también habían ido a las veredas del Botánico ¿Por qué Guido no le contaba?
Sospechaba que habían hecho algo mal. Guido había llevado tizas y lápices y, si
bien era verdad que habían ido a sentarse un rato en la puerta de un viejo
edificio, habían estado la mayor parte del rato arrodillados en la vereda del
Botánico. Lucía garabateaba con los colores sobre las baldosas mientras Guido
copiaba poesías de Martí que había aprendido en la escuela.
-Guido, ¿no está mal
escribir en la calle?
-Si es poesía, no
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-Y, ¿se vinieron a Buenos
Aires por el laburo de tu viejo?
-No, mis viejos ya no
laburan
-Ah, mira vos, que
suerte
-Mi papa está enfermo
y mi mama murió
-Ah, lo lamento, che
¿Hace mucho?
-No, no, hace nada
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-¿Esto es Plaza
Italia?
-Claro, pero a esta
hora cierran
-Me lo imaginaba más
grande
-Venden de todo, si
necesitas libros para la escuela, acá están más baratos. Yo a mis hijos les
compro acá
-Yo más que a comprar,
vendría a buscar un trabajo
-Uu, me parece que
sos muy pibe para andar buscando laburo en Buenos Aires. Yo a tu edad estaba
por dejar el secundario, pero me arrepentí. Mi viejo me dio una paliza que ni
te cuento cuando se lo dije. Después pensé: las palizas que me va a dar si lo
dejo y no consigo laburo ¡Imaginate! Encima viviendo en su casa. Antes, yo
vivía por la zona sur
- Antes era
-Uy, ¡hablando de
Roma!
-Ahh, pero creo que
esto no es Fito ¿se puede subir el volumen? ¡No! Esto es Charly
-Cuando te pones
grande, todo suena igual, te digo la verdad
-¡Pero Charly es un
genio!
-No me lo digas a mí,
es de mi generación
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-Y ¿vos acá vivís con
quien?
-Ah, por ahora con
mis tíos y mi abuela. Adónde vamos es lo de mi abuela, es enorme la casa, así
que ahora estamos todos ahí, hasta que se resuelva lo de mi vieja
-¿Cómo?
-La asesinaron, hace
como un mes
-Ah, ¿cómo?
-A golpes
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-…mi abuela y mi
abuelo se divorciaron. Me dijo que todavía no existía el divorcio acá, que tuvo
que irse hasta México para divorciarse, pero está bien porque lo odiaba y se
hacían la vida imposible. Por sus peleas, mi vieja terminó en un colegio
internada en Buenos Aires y mis tíos en el Liceo Militar en Rio Grande.
-Ah, pero ¿tu abuelo
era militar?
-No, pintaba cuadros.
Pero mi tío se hizo echar del liceo no sé cuántas veces. Le hacía de todo a los
milicos. Un día uno se casaba y le ato los cordones de un zapato con los del
otro. En el medio del casamiento, el milico de fue de boca al piso.
-Un quilombero
-Lo echaron cinco
veces, pero mi abuela tiene mucha plata, así que siempre conseguía que lo volvieran
a tomar. Lo levantaban a las 4 de la mañana a hacer fuerzas de brazos en la
nieve, unos hijos de puta.
-Claro, tenes suerte
de que ya no existe la colimba
-No, yo ahí me muero
-…mi abuela se volvió
a juntar con un tipo, Bernardo. Es gigante y por mucho tiempo fue boxeador.
-Yo fui boxeador,
cuando tenía 15 ya peleaba con tipos de 25, no sabes lo que
-Pero Bernardo también
tiene tres hijos que se llevaban muy mal con mi mamá y mis tíos. Mi abuela no
lo quería. Yo a Bernardo lo quería mucho, nosotros festejábamos siempre los
reyes magos. Una noche quiso ir a hablar con mi mamá porque él todavía estaba
enamorado de mi abuela, pero ella no quería porque los hijos se llevaban mal.
Era de noche, se pelearon y él la mató
-Mirá, yo fui
boxeador durante mucho tiempo, antes las cosas eran diferentes
-La asesinaron, hace como
un mes. ¿La asesinaron? Pero la tía se había muerto por culpa de un palo y
Lucía le podría haber dicho: Tía, ¡el palo!
-La asesinaron, a
golpes. Lucía nunca había golpeado nada. ¿Cómo podría haber evitado eso?
Bernardo tenía siempre en brazos a Anita, siempre, y a Lucía nunca. La asesinó
a la tía, Bernardo. Los baños de la casa de la abuela tenían dos toalleros. Del
de la derecha colgaba una toalla con una C bordada, del de la izquierda una con
una B. Lucía siempre usaba la de la B,
le gustaba más porque tenía dos pancitas que le fregaban la cara con dureza.
Pero a la tía Bernardo le dio golpes hasta que se muriera. Él había matado a la
tía y no el palo como le habían dicho, ¿se habrían equivocado? ¿Sabría la madre
que Bernardo, el de las toallas de la abuela, el que le hacía upa a Anita todo
el tiempo, había matado a la tía? Había que escaparse lo más pronto posible
para poder vivir y dormir, ¿Y si volvía? ¿Y si por la noche entraba por la
puerta a su casa, a secarse la cara con sus propias toallas?
-El día después era
el cumpleaños de mi primo y mi mamá iba a ir. Como no aparecía, mandaron al
primo menor a buscarla a la casa. Y él la encontró así, tirada en la cama
muerta, con la lámpara de la mesita de luz rota en el piso. ¿Se puede doblar a
la izquierda acá?
-Sí, está el giro
-Bueno, doblemos y dos
cuadras derecho
-Es acá, sobre la
izquierda, la segunda casa de rejas negras. Sí acá.
-Llegamos
-¿Cuánto es?
-Nada, chicos, vayan
-Pero tenemos…
-Andá pibe, suerte
che
-Gracias, gracias
Lucía bajó del auto
con los ojos cerrados. Sobre la imagen negra que le devolvía su mirada,
imprimía la foto de la tía Marta muerta sobre la cama y la lámpara, rota en mil
pedazos. Papá podría pegar las partes, arreglar la lámpara de la tía, que solo
le queden algunas rayitas a la porcelana, casi imperceptibles. Pero las flores
de la lámpara estarían enteras, redondas y abiertas, coloridas. Lucia lo había
visto pegar cosas más de una vez al papa, quizás lo había aprendido en el liceo,
quizás incluso se lo había enseñado la tía. ¿O no era verdad que Lucía lo había
visto hacerlo? Quizás de nuevo todo era un invento, algo que había salido de no
sé dónde y se había vuelto casi verdad. Guido abrió la puerta de calle con su
propio juego de llaves. Los chicos atravesaron la entrada alta y elegante de la
casa de la abuela. Una alfombra roja y mullida se extendía sobre la escalera
del hall, subieron los escalones, Lucía apoyando ambos pies a cada paso. Esta
alfombra era roja y era lo único que veía ahora Lucía, extendiéndose a sus pies
y a lo ancho de la habitación era ese enorme charco de sangre, como su mano
quemada, que ahora manaba de sus deditos del pie. Siguió derecho y entró al
baño sin decir palabra. Cerró la puerta con seguro. Bajó la tapa del inodoro y
se sentó. Al levantar la lista, se encontró con los toalleros. Colgaban dos toallas
con la inicial C. A Lucía el corazón le latía en las orejas y un calor
nauseabundo la recorría de pies a cabeza.
-¡Lucía! ¡A comer!,
la madre golpeó a la puerta. Lucía se levantó, destrabó el seguro y miró a la
madre a la cara
-Ah, estaba haciendo
pis, ¿qué hay?
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