Lucía y Natalia se habían hecho amigas y ahora cuchicheaban
en el banco cada vez que podían. Lucía iba sintiéndose más cómoda entre sus
compañeros; las caras alguna vez desconocidas comenzaban a formar parte de un
entorno familiar y le daba cierta calma ya poder relacionar las voces, alguna u
otra característica y los nombres de los chicos que la rodeaban. Cada vez que
la llamaban Lucía, o mejor Lu, una alegría secreta le subía por las orejas.
Natalia era, de todos, su amiga más cercana. Ese día durante
el recreo, Mariano le había pedido de ser novios y ella no lo podía creer.
Mariano era lindo y tenía un hermano en la secundaria. Cuando se acercó en el
recreo a hablarle, Natalia se puso colorada y Lucía tuvo que hacerse la que iba
al baño para dejarlos solos. También para ocultar los celos que le daba que su
amiga estuviera recibiendo tanta atención. El baño tenía los techos bajos y un
olor terrible, incluso a la mañana cuando todavía los chicos no lo habían
usado. Lucía se encerró en uno de los cuartos de baño y se sentó sobre la tapa
del inodoro.
Recién cuando sonó el timbre y volvieron al banco, pudieron
hablar. Con las caras apoyadas contra la madera, Lucía escuchaba el susurro de
Natalia mientras le contaba su historia. De fondo, la voz fuerte de la señorita
Patricia dificultaba la fluidez en la conversación
-¿Y vos qué le dijiste?
-Que lo iba a pensar porque había otras chicas del grado que
gustaban de él
-¿Quiénes?
-¿Vos no?
-¿Yo? No
-¡Lucía y Natalia Furlanetto, separan sus bancos ya mismo!
No lo vuelvo a decir
Y así, en un segundo, la señorita Patricia destruyó lo que a
Lucía le había costado semanas construir. Agazapada contra la pared, arrancó
una hoja de su cuaderno y se dispuso a continuar la charla como fuera. Empezó a
escribirle a su amiga con fervor, se sumergió en el mundo de sus propias
palabras, de las letras sobre las líneas del papel. La interrumpió la mano de
la maestra sobre su hombro
-Dame ese papel
-Pero
-¡Damelo!
Lucía dobló el papel y se lo entregó. Un calor tremendo le
subió a la cara mientras veía cómo se lo guardaba en el bolsillo del delantal. Mil
partículas de polvo volaron fuera del bolsillo mientras el papel ocupaba su
lugar, Lucía los vio revolverse por el aula llevando una luz siniestra y
sospechosa, como prueba de lo que iba a venir. La maestra dio un golpecito
sobre su bolsillo
-En un rato la voy a leer. Y Lucía deseó que la tinta se
volviera invisible.
El fin de semana fueron a lo de la abuela Celia. El calor de
marzo hizo que los papás decidieran frenar en el camino para tomar un helado. Parada
debajo de la barra, mirando la gran cartelera que exhibía los gustos, Lucía
pensaba qué iba a pedir.
Ya todos tenían su helado menos Lucía:
-Vos sabes que no te corresponde pedir helado
Cuando subieron al auto, Anita chupaba su helado provocando.
Lucía hubiese querido abrirle la puerta y empujarla, no verla nunca más. Había pedido
los sabores que a ella le gustaban, derramaba lágrimas de enojo
-La próxima vez que quieras tomar un helado, pensá antes de escribir
que la maestra es una hija de puta
1 comentario:
qué maestra hija de puta.
Publicar un comentario