29 de marzo de 2015


4

Ayer Rachel nos contó que había leído en su guía sobre unas playas al norte de Kochi y decidimos ir todos juntos. Nos dejó su número de teléfono y hoy a la mañana Oliver la llamó a su pensión. Quedamos que la pasabamos a buscar alrededor de las once. Yo entonces me quedé en la cama un rato más, no dormí bien porque tuve sueños con cucarachas. Me da la impresión de que en cualquier momento pueden aparecer cucarachas en nuestra habitación.

Oliver salió un rato y volvió con unos pedazos de sandía envueltos en papel de diario. Estiró el papel en el piso y lo usamos de mantel. Tenía la piel de la India, ya estaba segura de que afuera hacía calor. Cuando terminamos, Oliver se tiró en la cama un rato más y yo me fui a bañar con agua fría. Últimamente me baño dos o tres veces al día. Llené la bañadera y me quedé ahí un largo rato. Dejé la puerta abierta así podía charlar con Oli. Él se quedaba dormido pero me hablaba igual. Es muy dulce. Yo quería que se despertara, igual, que viniera al baño conmigo, pero lo dejé en paz.

No fue hasta que empecé a estar con él que me di cuenta de que Oliver es especial. Como amigo parecía tan seguro, tan adaptado. Pero a mí siempre los demás me parecen más adaptados que yo, aunque las cosas cambian cuando uno conoce bien a la gente. Oliver es diferente. Su mamá se enfermó y murió antes de que terminara el secundario. Me imagino que no deben ni haber contratado a una enfermera. Oliver creció en un mundo sin mujeres. Catie fue su primera novia y el pensó que iba a ser también la última. Un día, como si nada, me preguntó cómo se podía dar cuenta, por ejemplo en un bar, si una chica quería que se le acercara. Por cosas como esta entiendo que todo marche tan lento.

Cuando salí del baño, Oli estaba absolutamente dormido. Aproveché para ordenar un poco mi ropa que empezaba a acumularse en una silla. En el bolsillo de mi mochila encontré los aros que le regalé a Bárbara para navidad. Habíamos hecho un sorteo en la casa y a mí me había tocado Claire, pero Babs, Mannar y yo nos hicimos regalos también. Me prestó los aros para una cita con Oliver y me olvidé de devolvérselos, ¿la volveré a ver pronto?

A las diez y media salimos para lo de Rachel, la encontramos en la puerta de su pensión. El puerto es muy cerca y me sorprendió; me dijo que no quería caminar esa distancia sola. Vimos algunos de los famosos edificios portugueses de Kochi, teñidos de amarillo y con un musgo amenazante que les crece desde el suelo. Todo acá apunta al pasado. Llegando a la costa, finalmente vimos las redes de pesca. Ninguno de los tres entendía bien cómo funcionaban. Rachel buscó en su guía y nos leyó en voz alta: Cada estructura tiene por lo menos 10 metros de alto, y comprende una barra voladiza con una red extendida suspendida sobre el mar y grandes piedras atadas con cuerdas para hacer de contrapeso en el otro extremo. Cada instalación está atendida por un equipo de hasta seis pescadores.

Es un sistema chino de pesca, muy poco redituable. Nos acercamos; el pescado del día estaba a la venta ahí mismo. Uno tras otro, los pescadores nos empezaron a insistir para sacarnos fotos con ellos. Oliver, que no puede decir que no, terminó aceptándole a uno que mientras le hablaba le extendía la mano como para darle un apretón. Le faltaban tres dedos, sólo tenía el índice y el dedo gordo. Ok, sacanos la foto, me pidió Oli mientras lo abrazaba. En mi cabeza se mezcló el olor a pescado y el olor fuerte de las calles de la India con el de las axilas del pescador y de Oli, ahora expuestas en todo su esplendor. El sol de la mañana me pegó en la cara y tuve ganas de volver a la habitación, de comer unas papas fritas hechas por mi mamá y rodearme de todo lo familiar.

En el ferry nos hicieron ir por lados separados. Había un sector para hombres y uno para mujeres. El ferry era abierto, hecho de barrotes pintados de azul. A través de las rejas, podía ver a Oliver, parado entre tantos hombres. Sobresalía entre la multitud por lo blanco de su piel. Tenía los pelos lacios parados y miraba hacia afuera, con su brazo derecho se sostenía de un caño. Pude ver que le molestaba el izquierdo, empezó a hacer sus ejercicios pero con disimulo, con movimientos pequeños del hombro y el codo. No puedo entender que Oliver haya dejado así esa herida. Él, cuyo cuerpo es un templo.

Mientras tanto, en nuestro lado del ferry, Rachel me contaba de su viaje por la India. Mirá, me mostró su dedo anular. Tenía un anillo y supuse que era de compromiso. No, no estoy comprometida, es para que los hombres no me acosen en el viaje. También me dijo que se había teñido el pelo más oscuro y que no salía de su pensión pasadas las ocho. A nuestro alrededor había mujeres y chicas, todas vestidas con saris. A diferencia del mundo conocido por mí, acá la manera de vestirse no parece cambiar con la edad. Los hombres, que iban amontonados con su peligrosa virilidad, debían mantenerse del otro lado de la reja. RESPETE LOS LÍMITES. Recuerde, los animales del zoológico son animales salvajes. No deje a las mujeres subir o sentarse en las rejas y no las deje poner sus dedos a través de éstas.


No hay comentarios: