1 de marzo de 2011

Había sonado el despertador esa mañana, marcando el pulso de lo que iba a ser un día de mierda para Marita. No existía manera de que el sonido mecánico y con gusto a lata de aquel aparatejo no la enloqueciera; al salir de su sueño tan bruscamente y tener que enfrentarse con la inevitabilidad de aquel día, se sentía como un bebé arrancado del vientre materno a palazos.
Entrecerró los ojos y cuando volvió a abrirlos había pasado media hora. Saltó fuera de la cama, encontró sobre el piso la ropa que había usado el día anterior y se vistió con velocidad y precisión mientras recogía las cosas necesarias para salir de la casa. Repasaba en su mente las actividades del día para asegurarse de no olvidar nada: primero el trabajo, ir a la lavandería, a pagar el alquiler, a la noche reunión con los compañeros de la primaria y, finalmente, la vuelta casa. Afuera nevaba y sintió que a lo mejor no tendría que salir de su casa; cuan fácil sería cancelar todo. Llamar al trabajo: “Estoy enferma”, dejar la ropa en la lavandería por un día más, decirle a los compañeros que había muerto una tía lejana. Quedarse comiendo tortilla, quizás panceta, mirando películas con la estufa prendida y las persianas bajas.
Cada tanto lo hacía, anulaba el día. Se daba a la fuga y huía lejos entre cuatro paredes. Cerraba las puertas con llave y mientras se sumía en una hermosa soledad. Afuera nevaba y quizás hoy podría hacerlo.
Esta idea se le presentaba con carácter de epifanía. Una vez que aparecía, mediante un misterioso proceso como ríos invisibles que fluyen hacia un enorme mar, era imposible ignorarla. ¿Qué sucedía con los caminos que decidía no tomar? Podía quedarse en casa y el mundo seguiría su curso. ¿Qué sucedería si decidiera, de repente, hacer lo mismo durante tres días seguidos? ¿y una semana? ¿y un año? Probablemente todo seguiría allí esperándola; el mundo no era un lugar tan lleno de incidentes. Se perdería de comentar eventos como la muerte de Bin Laden o las elecciones para presidente, pero su ausencia no incidiría en lo más mínimo en el desarrollo de aquellos eventos. Hundida en estos pensamientos, decidió que lo mejor sería salir de la casa para evitar seguir alimentando al monstruo.

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