26 de mayo de 2015

Caminamos por los puestos que hay montados. Hay unas pulseras de madera pintadas con flores, me compro una. Me pruebo un par de anillos. Me acuerdo de Rachel, que viajaba con ese anillo de casada para hacerse la que estaba de viaje con su marido y sentirse más segura en la India.
¿Por qué quiero que Oliver me de un anillo? Me hago la que quiero un anillo por lo mismo que Rachel. Mentira. Lo que quiero es tener un anillo que me de Oliver. Fantasear con que Oliver y yo nos vamos a casar. Me quiero morir ¿Quién soy? Esto viene a demostrar lo débil que es el poder de la realidad frente al de la fantasía. En el fondo sé que estoy en una cuenta regresiva, pero tengo miedo de nunca aceptarlo, de llevar las cosas demasiado lejos, de convencerme de alguna manera. Ya grande y tan lejos de mi entorno, hay pocas limites externos a las decisiones sobre mi vida. Si yo decido seguir, sigue. Si no logro vencer a mis fantasías, voy a decidir seguir. Pase lo que pase, sé que vienen problemas. Quizás es culpa de Catie. Una de las salidas que hicieron cuando vino de visita a Melbourne fue ir a la ópera al aire libre. Cuando Oliver me lo contaba, yo me hice la indiferente y la que sé un montón sobre ópera. Lo de Catie ya me empezaba a molestar bastante. Justo me llamó Evert y me invitó a comer a su casa, iba a cocinar. Le conté mis planes a Oliver y me di cuenta de que no le gustaron nada. Joda. Me cambié, me maquillé y me fui para lo de Evert caminando. Vivía cerca de Collingwood, en Clifton Hill, en frente a la cancha de criket. En su casa hay una alfombra gruesa y muy suave. Llegué y había mucho olor, estaba cocinando broccoli. Yo no sabía que olía tanto porque la verdad es que nunca lo cociné. Él ya tenía todas las verduras hirviendo en una olla y ahora estaba con el trapeador limpiando el piso. Tenía puestos unos shorts medio apretados y cortos y unas camisa abrochada hasta arriba. No entiendo esos looks de Evert, esas modas de Australia. Cuando lo conocí, muchos años antes, en Barcelona, no lo había notado. Está bien que en aquel momento estaba perdida en mi enamoramiento con él. Una noche salimos todos juntos y él me acompañó caminando a casa. Yo me hice la que me perdía por las calles del Raval y, en una de esas, nos dimos un beso. Esa noche se llevó mis guantes porque hacía frío y él estaba en shorts porque había llevado todo a lavar. Cuando lo volví a encontrar en Melbourne, me di cuenta de cuánto me hacía reír. Eso no había cambiado para nada. Los primeros meses tuvimos un acercamiento. Salíamos bastante juntos y un par de veces me quedé a dormir en su casa. Yo creo que me volví a enamorar mucho. Me invitó a comer a la casa de sus papás y me presentó a todos sus amigos. Dentro de ese mundo de australianos todo era tan diferente, tan pulcro. Todos eran rubios, las chicas usaban mucho maquillaje y mucha producción, los chicos barba bien formada, camisas y zapatos raros. Me invitó varias veces a comer comida oriental, yo siempre me atajaba diciéndole que era una comensal difícil, me daba miedo tener que probar cosas raras. Pero él me convencía y una vez ahí, comía hasta con los palitos. A él le salía tan bien, es que la cultura australiana tiene una fuerte influencia de la asiática. Una vez fuimos a comer dumplings y yo le pedí que no me mirara cuando intentaba ponerme uno entero en la boca. Es tan dulce que no miró. El problema entre nosotros fueron las mañanas. Cada vez que me quedaba a dormir en su casa, el despertar era una porquería. Siempre amanecía sola en la cama y lo encontraba a él en el living, mirando tele. Sus respuestas eran monosilábicas y casi no me miraba. Yo me fui incomodando, nunca lo pudimos hablar bien y tomamos distancia. En apariencia todo seguía igual: los dos intentábamos vernos, nos invitábamos siempre a planes que nunca sucedían. Yo empecé a salir con Oliver y estos problemas con Evert me dejaron de importar mucho. Era la primera vez que lo veía en mucho tiempo y no me animé a contarle que estaba de novia ni que me iba a la India. Hablamos de la facultad, del trabajo y se sus papás. Le regalé Catcher in the Rye. Adentro, en los márgenes de algunas hojas, le escribí mensajes. Te quiero, me haces reír, y cuando llegué al final, subrayé: "Don't ever tell anybody anything. If you do, you start missing everybody. “
Cuando ya se hacía tarde, Evert me llevó en auto a casa. Yo sabía que Oliver ya iba a estar ahí hacía rato. Lo encontré sentado en la barra, tomándose una cerveza. Sonrió cuando me vio y vino a abrazarme. Tenía mucho olor a transpiración. Me puse de mal humor por todo, estaba segura de que me había equivocado y tendría que haber intentado ser más paciente con Evert, ¿qué tiene de raro estar de mal humor a la mañana? Nos sentamos en el patio a compartir la cerveza.
-Catie me dijo que siente que vos y yo nos vamos a casar.
Nos compramos unas bolsitas de plátano frito, es rico pero parecen papas fritas, entonces siempre hay una cuota de desilusión al comprobar que no lo son. Vamos caminando por el borde del río y le pido a Oliver que se ponga para una foto. Alguien me toca el hombro, es una mina con su novio. Me dice si queremos que nos saque una foto, gesticula mucho con las manos. Lo miro a Oli, bueno, le doy mi cámara a la chica, me pongo al lado de Oliver y sonrio. Apoyo mi cabeza sobre su hombro.

-¡No, no, no!

Dice ella, le pide algo al novio pero no entiendo qué. Él se acerca y nos empieza a tocar, mostrándonos cómo teníamos que posar. Oliver tiene que mirar hacia adelante y señalar algo, yo tengo que mirar adonde me señala.
-¡Sí, si!
Nos grita ahora nuestra fotógrafa. Oliver se aguanta la risa y yo también.

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