23 de mayo de 2015


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En el ciber logro abrir mi facebook por primera vez en la India. Tengo un mail de Nik preguntándome cómo estoy, cómo tengo el pie y por dónde estamos. Dice que fue al médico y le sacaron placas, se rompió la clavícula. No pasa nada, ya se la rompió antes. Se siente muy culpable por mi pie. Le contesto que no pasa nada, que no se preocupe. No le digo que igual mejor así, que me gusta que Oliver me preste atención, que mire a ver si tengo hinchado o raro, que me envuelva el pie con la venda, rápido y prolijo, tan concentrado en mí.

El dueño de la pensión nos dice que para ir a las plantaciones basta con tomarnos un tuc tuc. Encontramos uno justo en la puerta. Esta vez vamos sin música, el interior del carrito es naranja y blanco. Salimos a la ruta principal y nos alejamos del pueblo. El camino vuelve a ser sinuoso, lleno de subidas y bajadas. Las plantaciones de té son olas verdes de un maremoto congelado. Cuando miramos con detención, vemos que hay un patrón, se forman hileras de arbustos y a su vez, pequeños caminos. Entre el verde oscuro se distinguen los colores de los pañuelos de las recolectoras, la distancia que separa una hilera de otra es tan estrecha que sólo entra una persona. El conductor frena. Vemos toda la escena desde arriba.
-Soy Rolan- le da la mano a Oliver, yo le extiendo mi mano y lo noto sorprendido, como que no planeaba saludarme.

Rolan nos explica como estas mujeres sujetan un gran saco a sus espaldas con un pañuelo atado a la cabeza. Juntan las hojas de té desde la madrugada hasta muy entrada la tarde. Las nubes cubren las puntas de las montañas, todo parece estar al alcance de la mano, todo ese colchón verde donde dan ganas de tirarse a dormir. Saco muchas fotos, espero que retraten bien lo que estamos viendo. Rolan me pide que le de la cámara, me insiste. Se la doy y nos hace posar para la foto. Como dos nabos, Oliver y yo nos abrazamos y sonreimos. Yo tengo puestos sus pantalones violetas y mi camisa floreada.

Una de las condiciones para que el té crezca es que se plante sobre terrenos inclinados, nunca llanos. En cada ladera vemos grupitos de casas blancas. Rolan dice que esas son las casas de la gente que trabaja ahí. Hace un calor de morirse bajo la sombra y las mujeres, chiquitas a la distancia, juntan hojas de té en medio del silencio bajo el rayo del sol.

Rolan nos lleva hasta un centrito alrededor de la ruta y le decimos que nos deje acá y nos cobre el viaje. Hay una feria de chucherías y un lago verde donde se reflejan los pinos y los árboles de la montaña. Caminamos despacito porque me duele el pie, Oliver me dice que me siente en un banco. Se agacha y pone mi pie sobre su rodilla. Me pone la venda bien apretada, no me saca la vista del pie. Yo quiero saltarle encima o algo, sacarme toda la ropa. Pero termina y seguimos caminando, me hago la que me cuesta, me sostiene, me apoyo sobre él. Le doy un beso en el hombro, uno en el cuello, él me rodea las caderas suavecito con su otro brazo, mi boca está tan cerca de la suya por unos segundos. Respiro hondo y el mareo me hace volar. Me mira de frente, su nariz se toca con la mía y me da un beso. De nuevo: “mmua”. Me dan ganas de putearlo ¿Por qué cada vez que me da un beso lo mismo? Parece que le diera pudor darse un beso sin burlarse de esa manera estúpida.

En un puesto nos sentamos a tomar algo y a que yo descanse el pie. Hay una mesa con sillas y un señor con una sartén llena de aceite saltando sobre una garrafa, está fritando una pasta naranja. Atrás unos tipos juegan a dispararle canutos a globos rellenos con agua. Le saco una foto a uno bien de cerca; sin contexto, pareciera que está apuntando un arma.

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