18 de mayo de 2015


Comí muy poco de lo que había. Me da miedo enfermarme, nos dijeron que aunque te cuides te enfermás igual. Tampoco me gusta mucho el sabor picante y medio dulce. Oliver comió de todo pero rápido, entonces estuvimos listos a la vez. Guardamos todo, tiramos el diario y nos fuimos a lavar las manos. Él agarró el jabón y abrió la canilla, me lo pasó mientras se enjuagaba. Nos vi en el espejo del baño, nuestras caderas y nuestros hombros pegados. Me dio un beso en el cachete. Cada vez que me da un beso hace el ruido: “mua”. Como si fuera en chiste, no entiendo.
Nos sentamos en la cama, me encanta estar en la cama con él. Me encanta estar de vacaciones con él, hace mucho que no comparto un viaje con alguien. Arma el porro con una seguridad que no le vi en muchas otras cosas. Se lo lleva a la boca y chupa el pegamento rápido, sin mirar. Y yo me vuelvo loca con sus dientes cuadrados.
Lo que pasa es que Oliver fuma porro hace mucho tiempo. Cuando tenía catorce años, su papá lo dejó armar un indoor con sus hermanos. Su mamá también. Ocuparon una habitación entera, con luces, sistemas de ventilación, de riego. En su casa había frascos y frascos de flores y bongs, esas pipas de agua que se hacen con botellas o yo qué se, pero aparentemente había de todos los tamaños y formas. Y los decoraban, con marcadores y eso. Fumaba para ir al colegio, para ir a dormir, para despertarse. Yo creo que haber empezado a fumar tan joven lo tiene que haber dañado de alguna manera. Oliver fumaba con su papá. Y Cate, además, era muy tímida, muy dark, y se la pasaba fumando. Me la imagino, con su camisa cuadriculada y borcegos caqui, fumando todo el día con Oliver en el sillón. Y Oliver, que no usa shampoo. No quiero pensar demasiado en el pasado de Oliver porque me da miedo pensar en lo que me estoy metiendo. Siento que es mejor vivir en lo de ahora, en lo que yo veo en Oliver, su boca, sus manos, que sabe jugar al ajedrez y nadar. A él ahora ya no le interesa tanto el porro. No está desesperado como yo, que si no me emborracho o fumo pronto, voy a entrar en crisis. Creo que él toma, de manera constante. Pero no sé, yo no soy parámetro porque no tomo nada, todo me parce mucho. Bueno, mentira. Pero no tomo mucho constantemente.
En fin, Oliver encendió el porro. La piel se le está poniendo más oscura y cada vez que enciende algo, el rojo de la llama le prende los labios. Me lo pasó, tan ágil. Le están creciendo las uñas. Yo fumo y fumo mientras charlamos. Oliver fumó mucho menos que yo, pero no protestó. En algunas cosas nos entendemos.
-¿Sabés qué? Te amo.
Me dijo.
Afuera empezó a llover como loco, el viento soplaba las cosas, se escuchaban chapas, ramas de árboles. Qué lindo que era estar adentro, en la cama con Oliver, parecía que afuera no existía nada, solo ese caos, ese mundo impenetrable al que nunca podríamos volver a salir. Terminamos el porro y pusimos música en la compu. Tenemos unos parlantes que compramos antes de venir. Los compré yo en el Wallmart de Smith Street, pero creo que Oliver piensa que son de él. Estuvimos los dos muy fumados acostados en la cama un rato largo, charlando ¿De qué hablábamos? Me contaba de los documentales, de Planet Earth y de David Attenborough, un señor de 89 años que apareció toda su vida como conductor en los documentales de la BBC. Ahora era la voz de Planet Earth. Todos los ingleses están enamorados de él. Oliver me habló de este señor con mucha excitación. Yo creo que lo escuchaba desatendiendo, viajando con la cabeza a otro lado, siguiendo el sonido de la lluvia. Por un rato largo le hice un mimo hipnótico en el brazo, era un movimiento suave que no podía parar de repetir, colgada.

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