19 de mayo de 2015

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Hoy nos despertamos con el ruido de alguien escupiendo mocos por un rato largo. Las paredes son de cartón. Oliver se levantó y puso música, estaba de buen humor.
Munnar está en el medio de la montaña y tiene mucha vegetación. Cuando salimos de nuestra pensión podemos girar hacia la izquierda, donde empieza el bosque, o hacia la derecha, camino al centro de la estación. Hoy al mediodía subimos por ahí, el sol ya pegaba fuerte sobre la calle de barro. Caminamos de la mano esquivando charcos. Las calles de la India están siempre llenas de energía, la gente va y viene, gritan, hay música por todos lados, la ropa es colorida y brillante. Las vacas y las gallinas pican su almuerzo de las bolsas de basura. Llegamos a la esquina de siempre y nos sentamos a comer. Munnar es historicamente un lugar de vacaciones de gente más o menos rica de Kerala. Este es un fin de semana largo acá y por eso está lleno de turistas. Se nota, son familias enteras, miles de hijos, tios, abuelas. Sobre las mesas hay un mantel de papel gris. Los platos son bandejas metalizadas con varios tipos de comidas, una montaña de arroz, una de verduras, una de garbanzos. En la mesa hay varias salsas de distintos colores. A todos se nos da lo mismo, no hay para elegir. En el medio tenemos una botella de agua rosa. Tomamos y tomamos, pero no nos decidimos en si tiene sabor o no. yo creo que no, pero me da impresión que sea rosa. Hay un pan chato, frito, que es riquísimo. Se usa para comer el arroz y todo lo que hay en la bandeja, acompañado con las salsas. No hay ningún tipo de cubiertos en el restaurant. A Oliver le gusta mucho más que a mí.
Salimos y paseamos por la ciudad, hay varios mercados de frutas y verduras. Los negocios de la calle parecen tener millones de años, el suelo está siempre cubierto de polvo y es imposible saber si la gente va o viene o atiende en el local. Las verduras se apilan siempre de manera geométrica, haciendo ilusiones hermosas. Saqué mil fotos. En un negocio había una vitrola enorme, su cuerno estaba lustrado, brillaba como la seda. En unas bolsas de alpillera encontre fideitos. Dentro de cada una, millones, de todos los colores y de distintas formas. En una había estrellitas, en la otra letras.
El piso de tierra estaba cubierto de verduras descartadas o perdidas, las íbamos pisando y arrastrando por ahí. Oliver se puso mi gorra verde de China. La paleta de colores le potencia la pinta de guiri. Los pasillos del mercado son oscuros, es dentro de una carpa. Cuando salimos, a los dos nos costó adaptar la mirada a la luz. Oliver frenó porque se le terminó de romper la sandalia.
-Necesitamos comprar un par nuevo.
Dijo.
Yo le digo que sí, en un rato vamos para la zapatería. Pero la verdad es que hoy me quiero sentar un rato en una computadora a mandarle un mail a Bárbara. Todo el tiempo me pregunto cómo estará, le escribo pero ella no es buena para responder. Es una persona a la que hay que aflojarla con preguntas, hay que demostrarle interés, y después se larga a hablar como un loro. Me pregunto si habrá conseguido el puesto de limpiadora. En la casa de Melbourne, el que tiene el puesto del limpiador no paga el alquiler. Bárbara va a ser muy buena limpiadora. En nuestra habitación pasaba la aspiradora todas las semanas y, si la dejabas, ordenaba un poco tus cosas. Nada muy complicado, las apilaba o las ponía en un rincón, pero a la vista siempre mejoraba. Bárbara es una italiana muy trabajadora. Cuando nos fuimos, no estaba tan bien. Pasó lo de Kiki, estuvieron juntos una noche y ella se enloqueció de ansiedad. Todos los días me decía que nunca le había pasado algo así con un hombre. No podía entender que él no tuviera interés en ella. Hablábamos día y noche del tema. Al principio ella fantaseaba y a mí me sorprendía su capacidad de poner sus fantasía en palabras si sentir vergüenza: Sería el marido perfecto, me decía con los ojos bien abiertos, ¿vos qué pensas? Y yo estallaba de risa cada vez, aunque ella me lo preguntaba en serio. Se come las uñas hasta que le queda solo una linea finita, inseparable de la piel. Tiene las puntas de los dedos todas mordisqueadas ¿Por qué se enganchó tanto con Ciaran? Ni idea, se conocían poco y nada. La primera vez que salimos todos juntos, ella y yo íbamos caminando y me dijo:
-Me gusta el irlandés.
-A mí el inglés, le contesté.

Nos fuimos haciendo más y más amigas. Ella trabajaba en el Trippy Taco de Gertude Street y yo cuidaba a Henry a la vuelta. A veces la pasabamos a saludar. Tenía los guantes puestos, y la gorra, tan prolija. Cuando la tana y yo queríamos hablar y que nadie nos entendiera, cambiábamos al italiano y al español. Hablando lento, las dos podíamos entender la lengua de la otra. Una tarde fuimos solas al jardín botánico de Melbourne. Nos contamos cosas de nuestras vidas antes de llegar a Australia, de nuestras familias. Después salió el viaje al Great Ocean Road, donde no se sabía bien qué le pasaba a Mannar, entre Oliver y yo había mucha onda y Bárbara y Ciaran acababan de estar juntos. La pasamos muy bien, aunque creo que por un momento Bárbara pensó que a mí me interesaba Ciaran. La verdad es que me acercaba mucho a él para hacerme la tonta sobre lo que pasaba con Oliver. Cuando volvimos a Melbourne, él, haciéndose el casual, me invitó al museo. Yo convencí a Bárbara de que viniera con nosotros, tenía pánico. 

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