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Hoy
nos despertamos con el ruido de alguien escupiendo mocos por un rato
largo. Las paredes son de cartón. Oliver se levantó y puso música,
estaba de buen humor.
Munnar
está en el medio de la montaña y tiene mucha vegetación. Cuando
salimos de nuestra pensión podemos girar hacia la izquierda, donde
empieza el bosque, o hacia la derecha, camino al centro de la
estación. Hoy al mediodía subimos por ahí, el sol ya pegaba fuerte
sobre la calle de barro. Caminamos de la mano esquivando charcos.
Las calles de la India están siempre llenas de energía, la gente va
y viene, gritan, hay música por todos lados, la ropa es colorida y
brillante. Las vacas y las gallinas pican su almuerzo de las bolsas
de basura. Llegamos a la esquina de siempre y nos sentamos a comer. Munnar es
historicamente un lugar de vacaciones de gente más o menos rica de
Kerala. Este es un fin de semana largo acá y por eso está lleno de
turistas. Se nota, son familias enteras, miles de hijos, tios,
abuelas. Sobre las mesas hay un mantel de papel gris. Los platos son
bandejas metalizadas con varios tipos de comidas, una montaña de
arroz, una de verduras, una de garbanzos. En la mesa hay varias
salsas de distintos colores. A todos se nos da lo mismo, no hay para
elegir. En el medio tenemos una botella de agua rosa. Tomamos y
tomamos, pero no nos decidimos en si tiene sabor o no. yo creo que
no, pero me da impresión que sea rosa. Hay un pan chato, frito, que
es riquísimo. Se usa para comer el arroz y todo lo que hay en la
bandeja, acompañado con las salsas. No hay ningún tipo de cubiertos
en el restaurant. A Oliver le gusta mucho más que a mí.
Salimos
y paseamos por la ciudad, hay varios mercados de frutas y verduras.
Los negocios de la calle parecen tener millones de años, el suelo
está siempre cubierto de polvo y es imposible saber si la gente va o
viene o atiende en el local. Las verduras se apilan siempre de manera
geométrica, haciendo ilusiones hermosas. Saqué mil fotos. En un
negocio había una vitrola enorme, su cuerno estaba lustrado,
brillaba como la seda. En unas bolsas de alpillera encontre fideitos.
Dentro de cada una, millones, de todos los colores y de distintas
formas. En una había estrellitas, en la otra letras.
El
piso de tierra estaba cubierto de verduras descartadas o perdidas,
las íbamos pisando y arrastrando por ahí. Oliver se puso mi gorra
verde de China. La paleta de colores le potencia la pinta de guiri.
Los pasillos del mercado son oscuros, es dentro de una carpa. Cuando
salimos, a los dos nos costó adaptar la mirada a la luz. Oliver
frenó porque se le terminó de romper la sandalia.
-Necesitamos
comprar un par nuevo.
Dijo.
Yo
le digo que sí, en un rato vamos para la zapatería. Pero la verdad
es que hoy me quiero sentar un rato en una computadora a mandarle un
mail a Bárbara. Todo el tiempo me pregunto cómo estará, le escribo
pero ella no es buena para responder. Es una persona a la que hay que
aflojarla con preguntas, hay que demostrarle interés, y después se
larga a hablar como un loro. Me pregunto si habrá conseguido el
puesto de limpiadora. En la casa de Melbourne, el que tiene el puesto
del limpiador no paga el alquiler. Bárbara va a ser muy buena
limpiadora. En nuestra habitación pasaba la aspiradora todas las
semanas y, si la dejabas, ordenaba un poco tus cosas. Nada muy
complicado, las apilaba o las ponía en un rincón, pero a la vista
siempre mejoraba. Bárbara es una italiana muy trabajadora. Cuando
nos fuimos, no estaba tan bien. Pasó lo de Kiki, estuvieron juntos
una noche y ella se enloqueció de ansiedad. Todos los días me decía
que nunca le había pasado algo así con un hombre. No podía
entender que él no tuviera interés en ella. Hablábamos día y
noche del tema. Al principio ella fantaseaba y a mí me sorprendía su
capacidad de poner sus fantasía en palabras si sentir vergüenza:
Sería el marido perfecto, me
decía con los ojos bien abiertos, ¿vos qué pensas? Y
yo estallaba de risa cada vez, aunque ella me lo preguntaba en serio.
Se come las uñas hasta que le queda solo una linea finita,
inseparable de la piel. Tiene las puntas de los dedos todas
mordisqueadas ¿Por qué se enganchó tanto con Ciaran? Ni idea, se
conocían poco y nada. La primera vez que salimos todos juntos, ella
y yo íbamos caminando y me dijo:
-Me
gusta el irlandés.
-A
mí el inglés, le contesté.
Nos
fuimos haciendo más y más amigas. Ella trabajaba en el Trippy Taco
de Gertude Street y yo cuidaba a Henry a la vuelta. A veces la
pasabamos a saludar. Tenía los guantes puestos, y la gorra, tan
prolija. Cuando la tana y yo queríamos hablar y que nadie nos
entendiera, cambiábamos al italiano y al español. Hablando lento,
las dos podíamos entender la lengua de la otra. Una tarde fuimos
solas al jardín botánico de Melbourne. Nos contamos cosas de
nuestras vidas antes de llegar a Australia, de nuestras familias.
Después salió el viaje al Great Ocean Road, donde no se sabía bien
qué le pasaba a Mannar, entre Oliver y yo había mucha onda y
Bárbara y Ciaran acababan de estar juntos. La pasamos muy bien,
aunque creo que por un momento Bárbara pensó que a mí me
interesaba Ciaran. La verdad es que me acercaba mucho a él para
hacerme la tonta sobre lo que pasaba con Oliver. Cuando volvimos a
Melbourne, él, haciéndose el casual, me invitó al museo. Yo
convencí a Bárbara de que viniera con nosotros, tenía pánico.
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