13 de mayo de 2015



Él se fue a bañar primero y yo me aburrí rápido. No quería ir a bañarme con Oliver, es obvio que si algún día lo hago se larga a llorar o algo, con lo mambeado que es. Me puse a buscar qué hacer y encontré su viejo teléfono de Australia. Lo encendí a ver si encontraba algún jueguito, pero pronto me encontré mirando sus mensajes de texto. Moría por leer alguno de Catie, sobre todo uno donde le hablara mucho de Dios o de algún santo. No son celos, creo, es una infinita curiosidad. Uno que le ofrecía 80 dolares por la bici, su jefe que se despedía, la empresa telefónica para ofrecer servicio de roaming. Claro que no había ningún mensaje de Catie. Fui a la carpeta de audios y había uno. Apreté play y pronto escuché los primeros acordes de guitarra de una canción que yo no conozco. Por Dios, cómo deseé que no fuera lo que sospechaba. Pero sí, entró la voz de Oliver. Débil y desafinada, fuera de compás, empezó a cantar algo de “heart of gold”. Se me calentó la cara. Quería apagarlo pero no podía, tenía que llegar al final. No valía la pena apagarlo, ya había empezado. Pero qué vergüenza lo mal que canta Oliver, qué vergüenza que se grabara. Ojalá nunca lo hubiera encontrado. Ojala lo hubiera podido apagar antes de que terminara, pero no, tenía que escucharlo todo, con cara de descompuesta, con las cejas juntas, pero hasta el final.
Guardé el teléfono donde estaba y desarmé mi mochila. Colgué la ropa mojada en el respaldo de una silla y me puse a leer. Escuché el ruido de las cañerías cuando Oliver cerró las canillas. Al rato salió del baño con la toalla azul envuelta en la cintura. Tenía el pelo mojado y algunas gotitas le caían sobre los hombros.me bañé yo, el agua caliente que nos había prometido la pobre señora sin dientes era inexistente. No importa igual, con el calor que hace, lo último que se me ocurre es que voy a necesitar de agua caliente. Me envolví con mi toalla verde. Odio el momento de secarme porque odio esta toalla. No es mullida ni grande, es lisa y chiquita, perfecta para viajar. Se seca casi inmediatamente, absorbe la humedad como un milagro. Pero no te rasca la piel al secarte.
Lo encontré a Oliver con los auriculares jugando con las bolas de plástico. Volaban de un lado a otro, por abajo de sus brazos, al costado del cuerpo. La verdad es que me pone nerviosa.
-¿Podemos poner una regla de no hacer eso adentro?
Se sacó los auriculares y le repetí. Hicimos la regla y la sellamos con un apretón de manos. Nos sentamos en el piso a comer lo que habíamos comprado. Oliver desarmó el paquete con cuidado, ordenó la comida, llenó su botella con agua. Fui hasta él en cuatro patas y le di un beso en la boca.

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