Nos
fuimos al jardín botánico y a la vuelta ahí estaba Oliver, en el
patio de la casa cosiendo su sandalia. Era de esas deportivas, bien
agarradas para correr o escalar. Las había comprado usadas en Nueva
Zelanda, le sobraba un poco encima de los dedos. Era la tercera vez que
las cosía.
-¿Cómo
te fue?
Le
di un beso en la frente.
-Bien.
Seguía
hablando pero yo me hice la boluda y fui de largo hasta el baño. Me
di cuenta de que me había puesto colorada, mientras hacía pis
sentía la cara hirviendo y me tuve que poner las manos frías en las
mejillas mientras equilibraba mi peso para no tocar el inodoro. Qué
poco me gustan estas situaciones.
Oliver
trajo esas sandalias hasta la India, cualquiera de estas noches se
las tiro a la basura.
El
micro frenó de golpe en el medio de la ruta de tierra. Por las
ventanas solo polvo, polvo, polvo. Oliver se dobló sobre sus
rodillas, me dijo que hiciera lo mismo. Lo miré desde ahí abajo y
encontré sus ojos, los dos nos reímos. El conductor apareció por el
pasillo apuntando con las manos hacia afuera del colectivo, nos
teníamos que bajar parece. Lentamente fuimos avanzando en cola por el
pasillo para salir. Dos pasos y parábamos, me puso de mal humor. La
gente agarraba sus bolsos, se acomodaba el pantalón, despertaba a
los chicos. Yo quería llegar ya a alguna pensión y bañarme,
¡dormir!
Entre
la multitud se nos fue acercando una mochila. Era la rubia del
colectivo, nos venía a hablar; yo le dejé la interacción a Oliver.
Arreglaron entre los dos que nos íbamos a tomar un tuc tuc hasta
Munnar, el colectivo se había quedado sin nafta. Caminamos cuesta arriba, hasta una intersección donde supuestamente íbamos a
encontrar conductores. Yo andaba última y lo miraba a Oli, su
cuello, las gotas de transpiración que le caían desde la punta de
la cabeza. Caminaba con las manos agarrando las sogas de su
mochila, no parecía pesarle en lo más mínimo. Oliver jamás se
quejaría de nada. A mi me dolía la panza, tenía sueño y me moría
por estar metida en la cama con él, sin ropa, confundida mi
transpiración con la suya.
Recién
en el tuc tuc la vi bien a la cara. La rubia se llamaba Hannah y era
de Suecia. Todas su facciones eran redondas y exageradas, como una
caricatura, era alta y grande. En el camino iban hablando con Oliver
sobre una ruta de trekking que hay en Alemania, El bosque negro o
algo así. Yo no fui ni lo escuché nombrar, así que me quedé
callada, mirando por la ventana, mareada porque el camino era sinuoso
y el carro se movía mucho. Me apuné. Se lo quise decir a Oliver
pero estaba en otra, se compenetra en las conversaciones, sobre todo
si se tratan de algo que le interesa. Finalmente hicimos una subida
de muchos kilómetros. Parecía que nos íbamos a quedar, la motito
no aguantaba nuestro peso y nuestras cosas. Por un
momento todo indicó que íbamos a volcar, se sintió en el aire la
tensión del peso que nos llevó hacia atrás bruscamente. Pero el
conductor triunfó, como todo en la India, con su insistencia. Para
él fue avanzar o morir. Poco a poco aparecieron casas, negocios,
vacas, gente cocinando, caminando, un partido en una gran cancha de
fútbol con mucho público. Fuimos juntando las ochenta rupias que
habían arreglado pagar. Estacionamos en la intersección de tres
calles, era un lugar con mucha gente. Olives pagó y el señor nos
bajó las mochilas, la mía me la colgó directamente en la espalda.
Rápido
nos hicimos parte de la muchedumbre. Una señora me frenó, tenía
unas fotos laminadas, anilladas juntas por uno de esos aros grandes
de carpetas.
-Oli,
Oliver.
Él
prestó atención. Hannah mientras se iba abrochando la mochila por
todos lados, se ato los cordones y se peinó. No escuchó ni una
palabra de lo que dijo la mujer. La gente que pasaba nos empujaba y
la charla se daba en medio del movimiento constante.
-My
name: Olga, Olga my name.
No
tenía cara de Olga.
-Bathroom,
shower, shower.
Señalaba
las fotos. Vi que una de las habitaciones tenía aire acondicionado.
Lo pellizqué a Oliver en secreto y le señalé con los ojos.
-Ok,
100 por dos noches.
-No,
ustedes, los tres 190 dos noches.
Hannah
pareció incomodarse. Dijo que ya tenía hecha y paga su reserva.
Olga seguía insistiéndole a Oliver, lo agarraba por el antebrazo,
yo lo veía cómo se iba poniendo de mal humor. En medio de todo y a
los empujones, Hannah nos dio la mano y desapareció.
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