8 de mayo de 2015

Nos fuimos al jardín botánico y a la vuelta ahí estaba Oliver, en el patio de la casa cosiendo su sandalia. Era de esas deportivas, bien agarradas para correr o escalar. Las había comprado usadas en Nueva Zelanda, le sobraba un poco encima de los dedos. Era la tercera vez que las cosía.
-¿Cómo te fue?
Le di un beso en la frente.
-Bien.
Seguía hablando pero yo me hice la boluda y fui de largo hasta el baño. Me di cuenta de que me había puesto colorada, mientras hacía pis sentía la cara hirviendo y me tuve que poner las manos frías en las mejillas mientras equilibraba mi peso para no tocar el inodoro. Qué poco me gustan estas situaciones.
Oliver trajo esas sandalias hasta la India, cualquiera de estas noches se las tiro a la basura.

El micro frenó de golpe en el medio de la ruta de tierra. Por las ventanas solo polvo, polvo, polvo. Oliver se dobló sobre sus rodillas, me dijo que hiciera lo mismo. Lo miré desde ahí abajo y encontré sus ojos, los dos nos reímos. El conductor apareció por el pasillo apuntando con las manos hacia afuera del colectivo, nos teníamos que bajar parece. Lentamente fuimos avanzando en cola por el pasillo para salir. Dos pasos y parábamos, me puso de mal humor. La gente agarraba sus bolsos, se acomodaba el pantalón, despertaba a los chicos. Yo quería llegar ya a alguna pensión y bañarme, ¡dormir! 

Entre la multitud se nos fue acercando una mochila. Era la rubia del colectivo, nos venía a hablar; yo le dejé la interacción a Oliver. Arreglaron entre los dos que nos íbamos a tomar un tuc tuc hasta Munnar, el colectivo se había quedado sin nafta. Caminamos cuesta arriba, hasta una intersección donde supuestamente íbamos a encontrar conductores. Yo andaba última y lo miraba a Oli, su cuello, las gotas de transpiración que le caían desde la punta de la cabeza. Caminaba con las manos agarrando las sogas de su mochila, no parecía pesarle en lo más mínimo. Oliver jamás se quejaría de nada. A mi me dolía la panza, tenía sueño y me moría por estar metida en la cama con él, sin ropa, confundida mi transpiración con la suya.
Recién en el tuc tuc la vi bien a la cara. La rubia se llamaba Hannah y era de Suecia. Todas su facciones eran redondas y exageradas, como una caricatura, era alta y grande. En el camino iban hablando con Oliver sobre una ruta de trekking que hay en Alemania, El bosque negro o algo así. Yo no fui ni lo escuché nombrar, así que me quedé callada, mirando por la ventana, mareada porque el camino era sinuoso y el carro se movía mucho. Me apuné. Se lo quise decir a Oliver pero estaba en otra, se compenetra en las conversaciones, sobre todo si se tratan de algo que le interesa. Finalmente hicimos una subida de muchos kilómetros. Parecía que nos íbamos a quedar, la motito no aguantaba nuestro peso y nuestras cosas. Por un momento todo indicó que íbamos a volcar, se sintió en el aire la tensión del peso que nos llevó hacia atrás bruscamente. Pero el conductor triunfó, como todo en la India, con su insistencia. Para él fue avanzar o morir. Poco a poco aparecieron casas, negocios, vacas, gente cocinando, caminando, un partido en una gran cancha de fútbol con mucho público. Fuimos juntando las ochenta rupias que habían arreglado pagar. Estacionamos en la intersección de tres calles, era un lugar con mucha gente. Olives pagó y el señor nos bajó las mochilas, la mía me la colgó directamente en la espalda.
Rápido nos hicimos parte de la muchedumbre. Una señora me frenó, tenía unas fotos laminadas, anilladas juntas por uno de esos aros grandes de carpetas.
-Oli, Oliver.
Él prestó atención. Hannah mientras se iba abrochando la mochila por todos lados, se ato los cordones y se peinó. No escuchó ni una palabra de lo que dijo la mujer. La gente que pasaba nos empujaba y la charla se daba en medio del movimiento constante.
-My name: Olga, Olga my name.
No tenía cara de Olga.
-Bathroom, shower, shower.
Señalaba las fotos. Vi que una de las habitaciones tenía aire acondicionado. Lo pellizqué a Oliver en secreto y le señalé con los ojos.
-Ok, 100 por dos noches.
-No, ustedes, los tres 190 dos noches.

Hannah pareció incomodarse. Dijo que ya tenía hecha y paga su reserva. Olga seguía insistiéndole a Oliver, lo agarraba por el antebrazo, yo lo veía cómo se iba poniendo de mal humor. En medio de todo y a los empujones, Hannah nos dio la mano y desapareció. 

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