10
Nos
volvemos a despertar con el ruido de alguien que escupe una y otra
vez hasta vaciarse de mocos.
Subimos
a Munnar con nuestras mochilas al hombro. A mí la subida me cuesta,
sobre todo porque tengo hambre. Llegamos a la parada de colectivos.
Lo dejo a Oliver con las cosas y me voy en busca de algo para comer.
Voy directo a lo envasado, me da miedo comer algo en la calle y
enfermarme. No importa cuánto me cuide, me voy a enfermar igual. Me
lo tengo que repetir hasta el cansancio. Igual quiero unas papitas o
algo familiar. Los paquetes del negocio están cubiertos de polvo y
descoloridos por el sol. Me llevo una magdalena envasada, es seca y
fea, como una de verdad pero pinchada.
Decidimos
que durante este viaje vamos a empezar las clases de español. Oliver
ya tiene un cuaderno y todo. Por dentro el colectivo es celeste,
vibrante. Los caños son azul oscuro. Es solo la estructura con
ruedas y un techo, no hay puertas, ni vidrios ni ventanas. Todo el
viento del mundo nos sopla en la cara y no podemos casi escucharnos.
Entonces apoyo la cabeza en su hombro y le acaricio despacio el
brazo, él me da un beso en la frente. Los dos tenemos el cuerpo
caliente, las manos húmedas; el aire fresco es una bendición. Los
pantalones naranjas están buenísimos, se los voy a pedir. Oliver me
abraza y me aprieta contra él. En la India no huele tan mal, tengo
que averiguar si empezó a usar desodorante.
Una
vez, en Melbourne, Kiki me prestó un sweater de lana enorme que había
sido de una amiga suya. Yo no tenía abrigo y hacía frío. Era era calentito y suave y me dejó quedármelo por unos días.
Una noche yo salí con Oliver y le di el sweater porque él no tenía
abrigo. A Oliver también le encantó usarlo, era tan grande que le
entraba a cualquiera. Le pedí que se lo devolviera directamente a
Kiki. No sé por qué yo supuse o esperé que él lo lavara,
porque era obvio que no lo podía devolver con olor a chivo ¿o sí?
¿Y si no lo lavaba? Cai en la desesperación mental. Mi gusto se
ponía constantemente a prueba. Yo estaba ahí cuando le
devolvió el sweater a Ciaran. Lo tuve que ver todo.
-Gracias,
le dijo y se fue, tenía que ir a la pileta o a capoeira, qué se yo.
Kiki lo agarró, lo sostuvo, esperó a que Oliver estuviera lo
suficientemente lejos y se lo llevó a la nariz. Se rió.
-Tiene
olor a Oliver, dijo con cara de asco.
Todavía
nadie sabía sobre nosotros y era yo la que más quería ocultarlo.
No estaba lista para enfrentar la opinión de los demás. Ni lo que
yo pensaba que pensarían. Barbara siempre lo supo, pero con ella yo
hablaba de todas estas cosas. Nos fuimos haciendo muy amigas, ella me
entendía bien todo lo que me pasaba. Yo a ella la entendía, pero
hasta ahí también, porque después se empezó a poner un poco loca
con lo de Ciaran.
-¿Hacia
dónde van ustedes? Uy, discúlpame.
Se
ve que abrí los ojos dormida y ella pensó que estaba despierta.
Pero ¿por qué me habla en español?
-Vamos
a Kumili ¿y vos?
-Pues,
yo lo mismo
Miré
a Oliver, dormía con la cabeza apoyada en una almohada hecha con su
buzo azul.
-¿Viajas
con él?
-Sí,
¿vos?
-Yo
le acabo de conocer, no pienses ¡No tengo na que ver!
-¿Viajás
sola?
-Sí,
claro, yo hago mucho este viaje, otras veces lo hice acompañada
-¿De
dónde sos?
-Soy
española, de Sevilla ¿y ustedes?
-Yo
soy argentina, pero él es inglés
-Ah,
pero ¿es que él habla español?
-No,
yo hablo inglés
No hay comentarios:
Publicar un comentario