28 de mayo de 2015

10
Nos volvemos a despertar con el ruido de alguien que escupe una y otra vez hasta vaciarse de mocos.
Subimos a Munnar con nuestras mochilas al hombro. A mí la subida me cuesta, sobre todo porque tengo hambre. Llegamos a la parada de colectivos. Lo dejo a Oliver con las cosas y me voy en busca de algo para comer. Voy directo a lo envasado, me da miedo comer algo en la calle y enfermarme. No importa cuánto me cuide, me voy a enfermar igual. Me lo tengo que repetir hasta el cansancio. Igual quiero unas papitas o algo familiar. Los paquetes del negocio están cubiertos de polvo y descoloridos por el sol. Me llevo una magdalena envasada, es seca y fea, como una de verdad pero pinchada.

Decidimos que durante este viaje vamos a empezar las clases de español. Oliver ya tiene un cuaderno y todo. Por dentro el colectivo es celeste, vibrante. Los caños son azul oscuro. Es solo la estructura con ruedas y un techo, no hay puertas, ni vidrios ni ventanas. Todo el viento del mundo nos sopla en la cara y no podemos casi escucharnos. Entonces apoyo la cabeza en su hombro y le acaricio despacio el brazo, él me da un beso en la frente. Los dos tenemos el cuerpo caliente, las manos húmedas; el aire fresco es una bendición. Los pantalones naranjas están buenísimos, se los voy a pedir. Oliver me abraza y me aprieta contra él. En la India no huele tan mal, tengo que averiguar si empezó a usar desodorante.
Una vez, en Melbourne, Kiki me prestó un sweater de lana enorme que había sido de una amiga suya. Yo no tenía abrigo y hacía frío. Era era calentito y suave y me dejó quedármelo por unos días. Una noche yo salí con Oliver y le di el sweater porque él no tenía abrigo. A Oliver también le encantó usarlo, era tan grande que le entraba a cualquiera. Le pedí que se lo devolviera directamente a Kiki. No sé por qué yo supuse o esperé que él lo lavara, porque era obvio que no lo podía devolver con olor a chivo ¿o sí? ¿Y si no lo lavaba? Cai en la desesperación mental. Mi gusto se ponía constantemente a prueba. Yo estaba ahí cuando le devolvió el sweater a Ciaran. Lo tuve que ver todo.
-Gracias, le dijo y se fue, tenía que ir a la pileta o a capoeira, qué se yo. Kiki lo agarró, lo sostuvo, esperó a que Oliver estuviera lo suficientemente lejos y se lo llevó a la nariz. Se rió.
-Tiene olor a Oliver, dijo con cara de asco.
Todavía nadie sabía sobre nosotros y era yo la que más quería ocultarlo. No estaba lista para enfrentar la opinión de los demás. Ni lo que yo pensaba que pensarían. Barbara siempre lo supo, pero con ella yo hablaba de todas estas cosas. Nos fuimos haciendo muy amigas, ella me entendía bien todo lo que me pasaba. Yo a ella la entendía, pero hasta ahí también, porque después se empezó a poner un poco loca con lo de Ciaran.

-¿Hacia dónde van ustedes? Uy, discúlpame.
Se ve que abrí los ojos dormida y ella pensó que estaba despierta. Pero ¿por qué me habla en español?
-Vamos a Kumili ¿y vos?
-Pues, yo lo mismo
Miré a Oliver, dormía con la cabeza apoyada en una almohada hecha con su buzo azul.
-¿Viajas con él?
-Sí, ¿vos?
-Yo le acabo de conocer, no pienses ¡No tengo na que ver!
-¿Viajás sola?
-Sí, claro, yo hago mucho este viaje, otras veces lo hice acompañada
-¿De dónde sos?
-Soy española, de Sevilla ¿y ustedes?
-Yo soy argentina, pero él es inglés
-Ah, pero ¿es que él habla español?
-No, yo hablo inglés




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