21 de junio de 2015



Caminamos de la mano por la calle de tierra. Siento todos los poros de la piel tapados por tierra y ya estoy segura de que tengo una capa oscura de mugre sobre la piel que no se me va a salir hasta que llegue a una ducha caliente. Igual, a mi vestido violeta le quedan bien estos colores y el ambiente seco hace que se me controle el pelo. Lo tengo largo ya, por abajo de la cintura. Oliver lo tiene largo también, su pelo es demasiado lacio para usarlo así, me pidió que se lo cortara esta noche. En Melbourne nunca me dejó que lo hiciera, aunque yo siempre le cortaba a Aurelia y a Ben y nunca se quejaron. Me duele bastante el tobillo y está hinchado. A la mañana Oliver me vendó y me hizo un bastón con una rama que encontró en nuestro jardín, entre las palmeras. La lijó, me midió la altura de las caderas, de las manos y el largo de los dedos. Me dio un beso en cada uno. La verdad es que sí me ayuda tener el bastón, además de que me hace enamorarme más de Oliver.

La entrada al parque queda a unas cuadras de nuestra habitación, saliendo por el pasillo hasta la calle, después a la derecha y a la derecha de nuevo.

-Podríamos pasar por este costado y entrar directamente a la parte de la selva
-¿Qué animales dijeron que hay?
-Tigres, elefantes, por ahí alguna serpiente
-¿Alguna vez viste un animal salvaje?
-En Australia vimos possums, a veces gatos
-De los raros, digo- Se le iluminó la cara.
- En Lyndhurst vi caballos salvajes ¡En Nueva Zelanda vi un kiwi! ¿Sabías que tienen el pico sensible al tacto?
-Nunca vi cómo son
-Es el único pájaro que no puede volar, pero es tan rápido que supera la velocidad de un ser humano
-¡Ey!
-Oliver, es a nosotros.

No podíamos entrar por la parte de la selva. Los tres tipos armados con unas escopetas al hombro nos escoltan de vuelta a la entrada y nos prohiben entrar al parque. Nuestra única opción es tomar el barco que da la vuelta por el Lago Periyar. Nos acercamos a un grupo de gente que empieza a formar cola en un muelle sobre el río. Oliver me dice que espere ahí, cuidando nuestro lugar, mientras él va a averiguar. Me apoyo sobre el bastón con ambas manos, se me elevan los hombros. Por un segundo lo pierdo de vista, pero ahí está, le veo la nuca, su cabecita de costado. Termina de hablar y se toca el hombro con la mano contraria. La señora le responde, me imagino los ojos claros de Oliver, mirándola entrecerrados, él siempre sonriendo, ahora le duele el hombro, se acaricia con el dedo. Del otro lado se escucha un ruido, llega el barco. Tiene dos pisos, es abierto y le cuelgan por todos lados aros salvavidas naranjas. Adelante se ve la cabina y el timón, un tipo muy flaco conduciendo.

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