25 de junio de 2015

-¡Es una serpiente, mirá!

El barco hace fuerza contra la pared y ella se retuerce en el agua, la está aplastando. Rober intenta maniobrar pero le sale todo mal. La serpiente chapotea, aparece y desaparece sobre la superficie del río marrón. El barco da otro sacudón y retrocedemos de golpe. No entiendo qué está pasando. Hundo la cabeza en el pecho de Oliver y me abraza. Tiene el cuerpo caliente. El barco avanza lento y volvemos al muelle. Pisar tierra firme después de estar en un barco siempre me da un poco de mareo. Es un día soleado y los árboles del parque son altos y cubiertos de hojas gigantes. La luz llega al suelo con formas raras, por entre las ramas y las hojas. La gente del barco se disemina por ahí, ya estamos solos.
-Oliver, los guardias no están más.
Sin siquiera contestarme encara para uno de los senderos del parque. Caminamos un buen rato rodeados de árboles, sin cruzarnos con nadie. Tampoco vemos animales, yo voy buscando al menos huellas de algo que parezca un animal grande, como vi en Chitwan, pero nada. Hacia el final del camino hay unos troncos caídos.
-Eu, ¿si nos sentamos ahí?-le encanta la idea -te tengo una sorpresa.
Tengo un porro en el bolsillo de la mochila. Lo vengo guardando desde Munnar, no le dije nada porque sabía que se iba a oponer. No me pregunta nada, se ríe, genial. Saca un encendedor del bolsillo grande del buzo, lo enciende él. Da dos pitadas y me lo pasa de forma disimulada, siempre hace lo mismo. Lo descubrí una vez que fuimos a los jardines de Fitzroy. Él se fue temprano a trabajar y arreglamos la cita a la mañana en la cocina. Yo estaba haciendo mates, había encontrado un termo gigante al fondo de la alacena y había podido completar mi equipo. Todos en la casa habían probado el mate y a pocos les gustó, aunque les decía que no, me parece que la mayoría pensaba que el mate tenía que pegar de alguna manera. Siempre los veía un poco desilusionados o con cara de mucho asco. Bárbara quería ir a repartir currículums por el CBD y le ofrecí acompañarla. Esa tarde yo no trabajaba porque Henry se había ido a la oficina con su papá. Caminamos por Lonsdale y por Collins. Yo le decía a Babs que entrara a todos los negocios, pero ella en algunos se negaba.
-Es para gente cool, con tatuajes y anteojos. Nunca contratarían a alguien como yo.
A lo mejor tenía razón, a mí me parecía una tontería porque ella era la persona más responsable del mundo y a cualquiera la convenía contratarla. Pero es cierto que en Melbourne las apariencias son importantes. Cuando terminamos de repartir, fuimos a OM. Nos daban comida india libre por cinco dolares, quedaba en el segundo piso de un edificio sobre Elizabeth Street. Hablamos de Ciaran, me pidió que yo hablara con él esa noche y accedí. Había quedado en encontrarme con Oliver a las cincoy ya se hacía tarde. En el camino paramos en un negocio en Queen, Babs necesitaba comprar pantalones negros para trabajar. Mientras se probaba, yo encontré una pila de vestidos a cinco dólares, la nueva cifra mágica del CBD. Era blando con rayas y triángulos violetas, corto, con mangas largas y la espalda descubierta. No me lo quise sacar, estaba perfecta para mi cita con Oliver. Me despedí de la tana y me fui para el parque. Lo vi a lo lejos, abajo de un árbol viejo, sobre el pasto verde y vivo de los jardines de Fitzroy. Era inconfundible: hacía malabares con los auriculares puestos. Seguro escuchaba Cat Empire o alguna de esas bandas ruidosas que le gustan. Nos tiramos juntos en la lona a la sombra, nos sacamos los zapatos y metí mi pierna entre las de él. Así acostados compartimos un cigarrillo, Oliver me lo acercaba a la boca y me hacía fumar, no tenía ni que moverme. Después nos levantamos, corrimos, jugamos un rato con las cosas de malabares y nos fumamos un porro cuando ya caía el sol y nos habíamos abrigado. Él, en vez de pasármelo entre los dedos, lo dejaba apoyado sobre el pasto.
-¿No me querés tocar la mano?
-Es para no ser tan obvios.
Me reí en su cara, no me imaginaba qué podía pasar si uno de esos policias de Melbourne nos veía con un porro. Probablemente nos hubieran pedido perdón por husmear.

Se nos acerca un tipo que aparece entre los árboles. Recién me doy cuenta que al fondo, detrás de toda la vegetación, hoy dos casitas de madera con techo rojo. Yo tengo el porro en la mano, los escondo entre mis piernas, lo apago en el tronco y muy lentamente me lo guardo en el bolsillo el pantalón. Cuando está a unos pasos nuestro, saca un paquete de cigarrillos y enciende uno. Camina hasta Oliver extendiéndole la mano.
-Soy Camilo.
-Yo Oliver, ella Maia – Me mira y agacha la cabeza, no me da la mano. Todavía no entiendo por qué se nos acercó. Oliver le hace preguntas y él cuenta que es el hijo de uno de los guardaparques, que son de Sri Lanka pero viven acá hace dos años.

-¿Acá? -señalo el medio del bosque. El asiente e inmediatamente me doy cuenta de lo idiota que soy a veces. 

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